martes, 30 de diciembre de 2008
Homenaje a las Abuelas de Plaza de Mayo
Qué mejor que para finalizar el año traer el recuerdo de un homenaje que, por el 2003, Fernando Ulloa le hacía a las Abuelas de Plazo de Mayo al cumplir 15 años de existencia, en este texto el acento está puesto en lo que pueden transmitir los adultos mayores cuando no se quedan sólo en la nostalgia, sino que a través de sus actos presentifican lo mejor de la cultura junto con los mejores valores del pasado.
El texto:
Aquella primera vez que hablé con un pequeño balsero de Cutral-co, Caliqueo le pregunté mas o menos así: ¿Ud. guarda la religión de los antiguos de antes?, me impresionó la figura inexpresiva y reservada de aquel abuelo que le permitió activar la balsa en la que envejeció cruzando el río.
Los antiguos de antes es un modismo regional muy frecuente con que suele referirse a los abuelos de la tradición. Caliqueo afirmó que sí, que adhería a esa religión, la religión es la lengua, la paso a mis nietos cuando puedo, señor.
No supe mucho más. De qué hablaba esa lengua, asumida en forma religiosa y traspasada de generación en generación atravesada desde siempre por la tragedia y por la miseria. Aun cuando sólo evocara las cosas cotidianas y los valores míticos de los antiguos de antes, bastaría para evidenciar con sólo eso la supresión criminal de que en nombre de la civilización seguramente se hizo de ese pueblo y en nombre de falsos valores éticos falsamente invocados. Cómo no admitir en el semblante seguro con el cual Caliqueo emitió sus frases el reproche a quienes se habían enseñoreado despiadadamente sobre su raza. Ignoro si Caliqueo reflexionó sobre todo esto, aunque es posible que a su manera lo pensara y con mayor espíritu crítico que el mío.
Todo esto transcurría hace años y en un remoto escenario patagónico, muy alejado del escenario porteño donde, para bien o para mal, muchas veces se hegemoniza la historia, la Plaza de Mayo, escenario de caminos abiertos, de los paraguas escolares de 1810 protegiendo al pueblo de la lluvia, pero no, plaza de las palomas, de los halcones y de los balcones, y los discursos verdaderos y mentirosos, pero fundamentalmente hoy, plaza de Madres y de Abuelas, las Abuelas y sus ya quince años.
Ojalá muchacha, muchacho, si te llegan estas líneas, recibas el mensaje de Caliqueo en su tozuda heroicidad, y entiendas así a tu abuela, empeñada en acompañarte, aunque viva en sombras, ojalá te lleguen noticias de encuentro, tú y ella se lo merecen, pero no dudes de que la historia de los antiguos de antes arribará por siempre a los hijos de tus hijos, como Caliqueo, las Abuelas y las Madres también sabrán enriquecerte cruzando los ríos de la desmemoria.
jueves, 25 de diciembre de 2008
Fernando Ulloa, acerca de la vejez
Cuando Edipo resuelve el enigma que le propone la esfinge, identifica la vejez con el caminar en tres patas,añadiendo el bastón a las dos vacilantes del anciano. Por supuesto, que hace algo más que aludir a la marcha del anciano, que como gateante niño fue cuadrúpedo y luego bípedo en plena posesión de su cuerpo. Dice de ese trípode en que se afirma la senectud: cuerpo gastado por la vida, proximidades con la muerte e impaciencias que despierta el anciano en el entorno.
¿Qué quiere decir impaciencia del entorno? Quiere decir que la ancianidad suele promover mal trato o al menos distrato, trato perturbado, displacer. Cosa curiosa, ya que esto mismo puede decirse del loco: el loco promueve mal trato, que a su vez refuerza su locura, que a su vez refuerza el maltrato camino a la manicomialización.
Es curioso porque el distrato que ocasiona la vejez reconoce causas casi opuestas de las que supone la presencia del loco. El loco y su lógica-ilógica induce a no saber lo qué dice, no entender su decir singular. Entonces la pregunta ¿qué dice este loco?, pronto se torna en escándalo que exclama: ¡Qué dice este loco¡ Al no entender se estandariza un diagnóstico global, sin reconocerlo como sujeto singular. Comienza el círculo del malentendido y de los entendedores malos, gestores del distrato.
No olvidemos que tratamiento deriva del buen trato clínico.
Con el anciano ocurre algo paradojal en cuanto al distrato o trato perturbado, o simple y llanamente mal trato, el cual deriva de todo lo contrario de las dificultades para entender.
La ancianidad habla claro, anticipa con claridad un final no sólo para el anciano, sino para su entorno, para nosotros. La ancianidad proclama la condición patética del hombre, ser que ignora y al mismo tiempo sabe de la muerte. Esa muerte que al decir ambiguo de Freud no tiene inscripción en el inconsciente y sí la tiene en la conciencia, la tiene como muerte del otro.
Voy a apelar a una sentencia atribuida a Goethe:
La vejez no tiene características particulares en cuanto a la condición del hombre, sólo que los años han desnudado aquellas cosas que los eufemismos de la juventud mantuvieron ocultas.
Eufemismo, significa decir atenuado, incluso tan atenuado que casi puede decir otra cosa. La belleza y la vitalidad del cuerpo joven son legítimas en sí, pero la hermosura de esa joven vitalidad enmascara otros valores y toda máscara proclama en primer término el per-sonare, es decir, los sonidos de la personalidad que oculta.
La elocuencia no eufemística y patética del cuerpo gastado, de la muerte anunciada, promueve la tercera pata del trípode: la impaciencia del entorno. ¡Vaya precioso bastón para afirmar la endeblez¡
Pero no es la única cosa que proclama aquella desnudez directa de la que habla Goethe, no es desnudez que sólo anticipa un final, también anticipa paradojalmente un pasado, o tal vez deba decir aquellos valores que son permanentes en la cultura.
Anticipar un final que tendrá que ver con no forzar al anciano ni a la atención que queremos darle. En esa anticipación de una espera habrá de hacerse posible aquella sentencia de Wittgenstein que decía:
El libre albedrío radica en la imposibilidad de conocer ahora los hechos futuros...
Aquí se trata de la relación entre el saber de la muerte y lo que a su tiempo será sabido como propio morir.
Uno de los fundamentos de la ética humanista es el libre albedrío, ese término tal vez con poca vigencia entre tantos desmodernismos y distrato postmoderno.
No forzar hasta la impotencia al anciano, ni reducirlo a ella imponiéndole nuestra presencia, hace posible que él mismo no viva hacia la muerte -muerte ya establecida- sino hasta la muerte. Que la muerte lo encuentre vivo.
Lou Andreas-Salomé decía algo curioso, como afirmación general con respecto a la perversión:
El perverso tiene acceso directo al lado oscuro de los sentimientos.
En cierta forma, la ancianidad representa también un acceso directo al sentido patético de la vida. En el anciano este saber suele ser duro. En en entorno, suele promover dureza que se impacienta y no hace réverie, ese asumir el sufrimiento sin disparar respuestas próximas a la perversidad, como suele acontecer con la mezcla explosiva de la culpa y el temor.
Cuando la réverie llega a formar parte de los mecanismos que hacen posible una vejez asistida, el bastón es algo más que andar a los bastonazos en la oscuridad.
Pequeña anécdota
Voy a terminar con un homenaje a mi anciano padre, que incluye a mi hijo. Una anécdota que seguramente mi hijo no recordará porque era muy pequeño, tendría tres o cuatro años y le pregunta a mi padre:Abuelo ¿qué es la muerte?, y él le respondió -yo me quedé sorprendido y realmente fue una lección-, el viejo muy tranquilo le dijo: Bueno, vos te preguntás sobre la muerte porque sos muy chiquito y casi no sabés nada de la muerte, por eso me preguntás, yo que ya he vivido muchos años, ya aprendí mucho de la muerte como para no tener miedo, vos en cambio tenés que esperar muchos años más y tal vez algún chico te haga la misma pregunta algún día.
lunes, 22 de diciembre de 2008
Un recuerdo de adolescencia de 1954
Memoria
Vivir nos endurece. Y está bien que sea así, es necesario. Los fracasos nos templan, nos preparan para defender lo nuestro, y para encarar los futuros fracasos, que siempre habrá algunos entre las cosas que nos salen bien. Pero también es necesario —para que no seamos sólo payasos de piedra, máquinas actuando por reflejos en un ambiente que a fuerza de vivir se ha tornado previsible—, que resucitemos cada tanto al niño que fuimos, con su asombro de colonizador extraterrestre ante un mundo desconocido, insólito.
Por eso, este escrito no es un cuento; hoy, lector, no esperes un desenlace inesperado. Sólo quiero recuperar y compartir una de esas dulces cachetadas, una de esas fuertes sensaciones casi perdidas entre tanto aprendizaje para conseguir funcionar aceptablemente en el sistema.
Nuestro pueblo, Salto, tenía apenas unas diez cuadras de largo. Cuando yo tenía doce años los varones sólo podíamos reunirnos con varones; hacía pocos años que habían comenzado, a veces mal vistas, las primeras escuelas mixtas. Las chicas eran un misterio para los que no teníamos hermanas de nuestra edad. A veces Lelia, mi vecinita, se ofrecía para hacerme un colorido dibujo en el cuaderno con sus lápices-acuarela. Pero debíamos sentarnos uno en cada punta de la mesa bajo la minuciosa vigilancia de su mamá, que aparentaba tener su atención sólo en el radioteatro del León de Francia, y que por algún prodigio sobrenatural nunca necesitaba levantarse ni para ir al baño.
Existía en las orillas del pueblo —orillas de pueblo chico— la “casa de doña Rosa”. Pero eso era diferente; por nuestra edad no nos dejaban entrar, y tampoco hubiera servido para entender qué cosa era una chica.
Estaba el cine —cine de pueblo chico—. Uno de los integrantes de la barra, elegido en cada ocasión por sorteo, se ocupaba de distraer al acomodador para que pudiésemos colarnos los demás y así ver las películas en que la mejicana Ana Luisa Peluffo terminaba siempre perdiendo la ropa. Pero esto era como hacer un curso teórico sin tener acceso a las clases prácticas.
Entonces apareció ella, con una edad como la nuestra. Los chicos de la barra decían que el rumor decía que era fácil de convencer para todo. Sólo recuerdo su apellido, su nombre se disolvió en el ácido del tiempo. Tampoco sé ya cómo esa siesta fuimos los dos a dar a orillas del Arroyo Distillo. Hacía mucho tiempo que yo venía practicando el beso romántico contra el espejo del botiquín, así que cuando ella puso su boca sobre la mía, la dejé hacer. La explosión fue en mi nuca; un fuego increíble corrió por mi espalda, y cuando llegó a manos y pies, se me puso la piel de gallina. Las pantorrillas casi me traicionan, y sólo con esfuerzo pude mantenerme en pie. Esto inesperadamente era muy distinto de besar un espejo.
No pude convencerla de nada más.
Mi vieja me notó raro esa noche. Con mañas de adulto me sonsacó lo ocurrido. Ella conocía la fama de la chica —fama de pueblo chico—. “Quiere engancharte, tené cuidado, es una atorrantita”.
Hoy no estoy tan seguro de que las cosas fueran así. Pero no volví a verla.
Leo Rambaut, 2003. Revisión 20/06/06
jueves, 18 de diciembre de 2008
Cortázar y los relojes sociales
domingo, 14 de diciembre de 2008
Un poema de Donna Swanson
Muchas veces la ausencia de calor y de contacto en las residencias de adultos mayores hace nacer en ellos un profundo sentimiento de soledad, aquí un poema de Donna Swanson que lo simboliza.
Dios mio, qué viejas son mis manos. Jamás lo diré nunca en voz alta, pero lo son. Y tan orgullosa que antes me sentía de ellas. Eran suaves como el terciopelo de un melocotón maduro. Ahora su suavidad se parece más a la de las sábanas raídas o a la de las hojas secas. ¿Cuándo se tornaron garras nudosas y contraídas aquellas manos graciosas y pequeñas? ¿Cuándo, Dios mío? Se hallan extendidas sobre mis rodillas como separadas de este cuerpo gastado que tan bien me sirvió. ¿Cuánto tiempo hace que alguien me acarició? ¿Veinte años? ¿Veinte años? Soy viuda desde hace veinte años. Respetada. Una persona a quien se sonríe. Pero nunca tocada. Jamás junto a alguien, para que se esfume la soledad. Recuerdo, Dios mío, cómo me tenía mi madre junto a ella. Cuando había sido herida en mi cuerpo o en mi alma, me tomaba contra sí y acariciaba con sus cálidas manos mi espalda y mis sedosos cabellos. Dios mío, qué sola me hallo. Recuerdo al primer chico que me besó. Era algo tan nuevo para nosotros. El sabor de los labios jóvenes y de las palomitas de maíz, la impresión de los misterios futuros. Me acuerdo de Hank y de los bebés. ¿Cómo podría recordarles de otra forma que no fuera juntos? Los bebés llegaron de las torpes y desmañadas tentativas de los nuevos amantes. Nuestro amor creció al mismo tiempo que ellos. Y, Dios mío, a Hank no parecía inquietarle ver como mi cuerpo se ensanchaba y se ajaba un poco. Siempre me amaba. Y también me acariciaba. No nos importaba no ser ya bellos. Y los niños me apretaban tanto contra sí. Oh, Dios, qué sola estoy. Dios mío, ¿Por qué no enseñamos a los hijos a ser apasionados y afectuosos tanto como dignos y decentes? Ya ves, cumplen con su deber. Se presentan en sus magníficos coches: vienen a mi habitación y me saludan. Charlan alegremente y evocan recuerdos. Pero no me tocan. Me llaman Mamá, Madre o Abuela. Nunca Minnie. Mi madre me llamaba Minnie. Y también mis amigos. También Hank me llamaba Minnie. Pero ya se han ido. Y Minnie también. Sólo queda la abuela. Y Dios mío, qué sola está.
Ley 661
La ley 661 regula la actividad de los establecimientos residenciales y otros servicios de atención gerontológica que brindan prestaciones en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires, en los términos del art.41 de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En su art.2 establece los Derechos de las personas que viven en residencias u hogares:
A la comunicación y a la información permanente.
A la intimidad y a la no divulgación de los datos personales.
A considerar la residencia u hogar como domicilio propio.
A la continuidad en las prestaciones del servicio en las condiciones preestablecidas.
A la tutela por parte de los entes públicos cuando sea necesario .
A no ser discriminadas.
A ser escuchadas en la presentación de quejas y reclamos.
A mantener vínculos afectivos, familiares y sociales.
A entrar y salir libremente, respetando las normas de convivencia del establecimiento.
El valor fundamental que posee este instrumento es que desde el inicio considera a las personas mayores que viven en instituciones, ciudadanos de pleno derecho.
El ingreso a una institución, en general es consecuencia de la complejidad del desvalimiento o vulnerabilidad de una persona mayor para realizar satisfactoriamente las actividades de la vida diaria. Esto puede ser debido a causas de carácter biológico, psicológico y o social y puede afectar aspectos parciales de la vida de la persona.
Pero esto no debe significar que pueda perder su autonomía ni la posibilidad de seguir viviendo de acuerdo con sus propios criterios, convicciones y cultura.
Las personas responsables de su cuidado y sus familiares deben comprender que deben respetar su independencia y sus derechos como ciudadano.
Expresa en su Anexo I
El ingresante deberá ser informado sobre el Reglamento interno de la institución y expresar su decisión por escrito de ingresar al mismo ....
En caso que mediare algún impedimento legal y diagnóstico médico psiquiátrico de padecimiento mental, se procederá a admitir al ingresante con el consentimiento escrito de un familiar directo, o de un tercero responsable.
En el término de 3 días se deberá comunicar al Asesor o Defensor de Menores e Incapaces del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires, el hecho de su internación, dando así cumplimiento a las previsiones de los arts. 141 o 152 bis, inc. 1 o 2 del Código Civil, debiendo proceder de igual manera en caso de que el estado mental del residente concurrente se deteriorare durante su permanencia en la institución.
A través de este artículo se establece una diferencia clara entre el adulto mayor sano en pleno uso de sus facultades mentales, y aquél que por padecer una enfermedad neurológica o psiquiátrica invalidante, no se encuentra en condiciones de manejar su vida en forma autónoma.
Recurrir a la tutela del Estado en estos casos, es un modo de preservar al adulto mayor del maltrato o abuso de cualquier índole en su contra.
Asimismo se establece:
Los residentes concurrentes gozan de libertad de entrar y salir del Establecimiento según su libre albedrío, salvo que exista un diagnóstico médico que indique lo contrario por constituir un riesgo para su salud y o la de terceros. A tal fin los Directores del Establecimiento arbitraran las medidas necesarias para garantizar el efectivo cumplimiento de los derechos establecidos en el art.2 de la Ley 661 de la C.A.B.A.
De esta manera se pretende terminar con las instituciones que en nombre de protecciones jurídicas inexistentes, coartan la libertad de las personas, manteniéndolas encerradas, sin que medie declaración alguna de insanía.
lunes, 8 de diciembre de 2008
Jean Amery. El hombre que no encontró el sentido
Cuando uno lee El hombre en busca de sentido de Viktor E. Frankl, no puede menos que remitirse a las palabras primeras que se preguntan acerca de ¿Cómo pudo él -que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio, aceptar que la vida fuera digna de vivirla?
Frankl gustaba citar de Nietzsche: quien tiene un por qué para vivir, encontrará casi siempre el cómo.
Hans Meyer, nacido en 1921 y más conocido como Jean Amery, seudónimo que adoptó para expresar su rechazo a la cultura germana tras haber estado confinado en Auschwitz durante dos años, no encontró ese sentido, en 1978 se suicidó.
Amery no creyó en la trascendencia, encarnó la relación del sujeto con su muerte, de una manera que para algunos autores ha sido la invención de una política del resentimiento.
No ha sido el único, S. Zweig, también se suicida en Brasil pero por distintas razones, solo que Amery focaliza en la vejez, todo el malestar, como si ésta fuese una enfermedad degenerativa, de máxima vulnerabilidad, como si el mundo se le negara por llegar a viejo.
Ahora bien, qué es lo que podemos decir acerca del suicidio y los adultos mayores. Por lo pronto, que constituyen el grupo de edad en el cual el suicidio alcanza con mayor frecuencia su expresión más lograda: la consumación.
Dentro de este eje, cuáles serían los sentimientos y las situaciones con las que lo asociaríamos. Qué hace que la vida valga o no valga la pena de ser vivida; tanto la filosofía, como la religión, la ciencia, el arte en sus variadas expresiones se han encontrado conmovidos por esta negación fundamental.
Las palabras serían: soledad, aislamiento, desesperanza, enfermedad somática, depresión, en suma no encontrar chances para sobrevivir, para trascender, no tener la fuerza suficiente para crear sentido. Tal vez no tener ninguna fe, ni en el hombre. Heidegger dice, la simple inquietud está en el origen de todo.
Pareciera que estamos en el origen de otro relato en donde puede advenir un extrañamiento, de la vida, del mundo, esto de una máquina que no se descompone nunca, o que si lo hizo no dio las suficientes señales, ya que éstas darían cuenta de alguna crisis, alguna posibilidad; tal vez hubo indicios, una depresión enmascarada, una pérdida reciente, pero no fue lo suficientemente comunicada.
Por el contrario ha sido infracomunicada e infradiagnosticada. O quien estuvo cerca no pudo desentrañar, no pudo tolerar, no supo qué hacer.
Siempre recuerdo a una viejita que me dijo: Todos deberíamos escribir en las paredes, voy a llegar a viejo.
La cuestión es si hay paredes para escribir.
Algunos de los factores de riesgo de suicidio en el adulto mayor serían:
-factores psicosociales
-enfermedades psiquiátricas
-enfermedades somáticas crónicas
Estos factores se potencian por su frecuente interacción. El sexo masculino, los antecedentes familiares de suicidio, y la existencia de intentos anteriores.
Dentro de los psicosociales
-situación de soledad y aislamiento afectivo
-imposibilidad real de reponer el objeto perdido, muerte de familiares y amigos
-jubilación, deterioro económico y perdida de status y roles
-carencia de soporte familiar, institucional o social
-impacto psicológico de los trastornos somáticos invalidantes.
El sentimiento de abandono, la sensación de vacío, la desesperación ante el desmoronamiento orgánico y la autopercepción de ser una persona inútil, sin proyectos, genera lo que algunos sociológos han dado en llamar verguenza social.
William Blake decia: la vejez debe ser una manera digna de llegar al palacio de la sabiduría por el camino de la experiencia. La dramática vigencia de los factores sociales alejan al adulto mayor de esta metáfora y lo enfrentan con la culpa, la incertidumbre y la verguenza, sintiendo a veces que sólo se redime con la muerte.
Vivir con el morir
Todos, al envejecer, llegan a un acuerdo con la muerte. No firman la paz sino, por mucho que el término suene molesto, un insano compromiso. No es que aprendan a morir. No se aprende en la intimidad, que consiste propiamente en la conciencia de la inaprehensibilidad, en la reducción del presentimiento a miedo, en el insoportable sentimiento de angustia, en el horror absoluto ante el último aliento. El insano compromiso consiste en el precario equilibrio -cada vez turbado de manera mas o menos acentuada, pero nunca, siquiera en el hipocondríaco neurótico, ausente del todo- de miedo y esperanza, de rebelión y resignación, de rechazo y aceptación. El individuo que envejece, para quien el morir de cuestión objetiva y general se transforma en cuestión personal, intenta neutralizar la proximidad del Gran Momento, que se hace evidente en los datos estadísticos y en el diagnóstico de los médicos, mediante una confianza cada día más irracional y siempre menos confiada en si misma. Cada aplazamiento -tras un ataque, una grave enfermedad, una complicada operación- tiene para él el valor de una apelación ante un tribunal que cree que puede efectivamente absolverlo. Ilusión: ya que en este caso suspender no equivale realmente a anular y los jueces no piensan en la casación. Vivir con el morir no significa alcanzar la comprensión de la propia finitud. Tampoco implica haberse habituado al sinsentido de la nada. La costumbre no es más que un cierto ejercicio de esperanza vacía y falaz, en el autoengaño del que se es víctima, a base de no serlo, ya que, a fin de cuentas, se sabe que en algún momento, muy pronto, el veredicto que se ha de hacer ejecutivo se ejecutará. ....En el envejecimiento devenimos el sentido interno, huérfano del mundo, del tiempo puro. Envejeciendo devenimos extraños a nuestro cuerpo y al mismo tiempo más íntimamente ligados a su masa inerte de lo que lo hayamos estado nunca. Cuando hemos superado la cima de la vida, la sociedad nos prohíbe proyectarnos nosotros mismos, y la cultura se transforma en cultura-fardo que ya no comprendemos, antes bien, nos hace comprender que puesto que ya no somos más que vieja ferralla del espíritu, nuestro lugar está entre los montones de desecho de la época. Envejeciendo, en fin, tenemos que vivir con el morir: una pretensión escandalosa, una humillación sin par, que encajamos no con humildad, sino como humillados. Todos los síntomas de este mal incurable son reductibles a la incomprensible acción del virus de la muerte, con el que venimos al mundo. No era virulento, cuando éramos jóvenes. Sabíamos de su existencia, pero no nos concernía. Con el envejecimiento sale de la latencia. Es una cuestión que nos incumbe, la única, aunque eso no sea nada, y la letanía maníaca, la cháchara poética sobre la muerte son preferibles al abominable kitsch del idilio iluminado por la puesta de sol: Vejez debería arder cuando cae el día, dice Dylan Thomas. Jean Amery. Fragmentos del último libro Sobre el envejecer.
viernes, 5 de diciembre de 2008
Sartre y el paso de los años
Conversaciones con Jean-Paul Sartre
S. de B. - Sí, usted mismo lo ha dicho, la edad es irrealizable, nunca podemos realizar nuestra edad; no nos percatamos de ella. Pero, el hecho de tener treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta años ¿no hace que las relaciones con el futuro, con el pasado, con un montón de cosas más, sean diferentes? ¿No representa una diferencia?
J.P.S.- Mientras hubo futuro la edad era la misma. A los treinta años había un futuro, lo había a los cincuenta. Quizá a los cincuenta ese futuro estuviera más reseco que a los treinta; no era yo quien debía juzgarlo. Pero a partir de los sesenta y cinco, ya no hay futuro. Naturalmente, existe el futuro inmediato, los cinco años próximos; pero más o menos yo había dicho todo cuanto tenía que decir, en líneas generales sabía que ya no escribiría mucho, que diez años después todo habría acabado. Me acordaba de la vejez de mi abuelo, una vejez triste; cuando tenía ochenta y cinco años, estaba acabado, pero sobrevivía no sabíamos por qué. A veces yo pensaba que no quería una vejez así y otras, que era necesario ser modesto, vivir hasta el final la edad que alcanzara y desaparecer cuando me lo dijeran.
S. de B. - Al hablar de su relación con la edad sólo habla de la relación con el futuro, pero, ¿sus relaciones con el pasado no han cambiado también? ¿No hubo también momentos en los que, gracias a su obra, supo que tenía una cierta experiencia, un respaldo? ¿No hubo momentos en que le pareció agradable tener cierta edad? ¿Digamos treinta y cinco, cuarenta años?
J.P.S.- No me acuerdo. No he creído nunca en la experiencia, lo decía en La náusea. A los treinta y cinco años era un muchacho que fingía ser un adulto. Nunca tuve experiencia, algo que se hubiera formado detrás de mí, que me empujara, no.
S. de B.- Pero, a falta de experiencia, ¿tiene recuerdos?
J.P.S.- Pocos, muy pocos, como usted sabe; actualmente, hablando con ud. recuerdo algunos, los avivo; pero es porque estamos trabajando con el pasado.
S. de B.- ¿A qué atribuye eso,que es completamente anormal? Por lo general, la gente se da cuenta de que tiene veinte años y que está más o menos contenta de tenerlos. En mi caso, es muy evidente que he tenido varias edades ¿cómo explica ud. que no las haya tenido?
J.P.S.- No lo sé. Pero sé que es así. Me siento como un hombre joven, rodeado de las posibilidades que se ofrecen a un hombre joven. Detesto pensar, lo que es evidente, que mis fuerzas han disminuido, que no soy el que era a los treinta años.
Por ejemplo, el hecho de tener sesenta y nueve años, que transcribo mentalmente en setenta, me es desagradable; por primera vez pienso de vez en cuando en mi edad: tengo setenta años, estoy acabado, pero eso tiene que ver con cosas que provienen del estado de mi cuerpo, por consiguiente, de mi edad, pero que no relaciono con la edad: con el hecho de que veo mal, de que ya no escribo; ya no puedo escribir, ni leer, porque no veo; todas estas cosas se relacionan con la edad...
S. de B. - ¿Siente pues, en el momento actual, su edad?
J.P.S.- Por momentos. Ayer pensé en eso, y también la semana pasada o hace quince días. Evidentemente es una realidad de hecho, en la que pienso de vez en cuando, pero a pesar de todo, en conjunto, continúo sintiéndome joven.
S.de B.-¿En cierto modo intemporal?
J.P.S.- Sí, o joven. Quizá habría que decir que mi cabeza es joven; quizá haya sentido mi juventud, pero en cualquier caso, la he conservado.
El presente es concreto y real. El ayer, es menos nítido y no pienso aún en el mañana. Prefiero el presente al pasado. Hay gente que prefiere el pasado, porque le otorga un valor estético o cultural. Yo, no. El presente, pasando al pasado, muere. Ha perdido su valor de entrada en la vida. Pertenece a ella, puedo referirme a él, pero ya no tiene esa cualidad que es dada a cada instante, en la medida en que lo vivo.
La vida en el presente no es correr tras no sé qué persona nueva; es vivir con los demás dándoles una especie de dimensión presente que, efectivamente, tienen.
De La ceremonia del adiós. Simone de Beauvoir.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Nuevo integrante
Saludo a los integrantes. Soy Leo Rambaut, escritor y Psicólogo Social recibido en el '92/'93 en el ICI de la Fundación Universitaria del Once. Recibí de Eleonora la invitación para participar de este blog. Y sí, los años me van pasando, cada vez más rápido...
Un abrazo a todxs.
martes, 2 de diciembre de 2008
Transcultura y Conciencia
Cuando nos referimos a la interacción con adultos mayores, aunque esto es válido para cualquier franja etaria, pero recalcaría que es más importante en ésta por las consecuencias, no podemos dejar de lado o soslayar aspectos relacionados con la cultura de la que el sujeto emerge.
A raíz de esto, pensé en un relato de Josefina Racedo que narra acerca de una abuela -no objetaremos el término, porque lo era- que viaja de Buenos Aires a Tucumán. Está volviéndose a sus pagos. Esto en apariencia no podría presumirse como de efecto negativo, sólo que ocurre algo del orden de lo imprevisto, en el trayecto esta señora se descompensa, ante el desconcierto que esto produce entre todos los allí presentes, al ver a esta señora tan viejita, tan pálida, tan flaquita que habla con la voz entrecortada, los pasajeros se preguntan si hay algún médico. El guarda le dice: mire señora, ni en pullman hay un médico así que tendrá que esperar hasta La Banda, vamos a ver ahí qué podemos hacer.
Ahí es cuando Josefina comienza a hablar con esta señora, a preguntarle qué le pasa: no puedo, me falta el aire, tengo un nudo. A intentar transmitirle confianza, seguridad, con todos los recursos emocionales que ella pone en juego junto con un compañero estudiante de medicina, la van llevando de a poquito a que se tranquilice, a preguntarle si había comido y contesta que no, que no le entra nada.
Es ahí donde comienza a ponerle palabras a su estado: me vuelvo porque ahí estaba muy mal, no me encontraba. Estaba sola todo el día, yo venía a acompañarlo a mi hijo y me dejaban sola, se iban todos a trabajar y yo quedaba sola como un poste.. no tenía ni maíz para hacer mi mazamorra... cuando quería mirar la tele, las nietas, que ni me decían abuela, no me dejaban mirar...
Así va transcurriendo la conversación, mientras la hacen comer alguito, y ella manifiesta: Fíjese hasta que uds, me han empezado a conversar yo tenía miedo de morirme, me iba a morir aquí sola, quién iba a saber si yo me moría, en cambio ahora ya no tengo miedo porque uds. saben quién soy.
Y para peor como me ha ido mal, y me han martirizado en el Ramos Mejía, no no vive mi hijo ahí, me refiero al hospital... vaya a saber yo estaba enferma, mal, y ellos me han puesto en el hospital... tenía un médico cada doce horas. Me han hecho tantas cosas, me han puesto cosas por la nariz, me han lavado, me ponían un remedio, me hacía mal y me ponían otro para que me cure del mal de ese remedio... no me hallaban... hasta que un día mi hijo le ha dicho al médico es que no tiene con qué rumiar.
El médico no comprende, pregunta acerca de qué cosa es lo que le hace falta. El hijo responde: la coca.
Ella había llevado su bolsita, su chuspa, con su coquita, porque la coca es un elemento incorporado a toda la vida del Altiplano, y además es parte de su metabolismo.
En esta corta síntesis se puede observar como esta señora sufre por haber estado afuera de su contexto espacial, temporal, ambiental, aunque estuvo con su hijo, esté se había radicado en Buenos Aires cuando tenía 16 y ahora iba por los 40, tal vez todas estas situaciones fueron las que la llevaron a huir, porque la imagen del relato es la de alguien que está huyendo y no volviendo a su casa, desde aquí desconociendo su historia diríamos hizo una descompensación metabólica, un síndrome de abstinencia, pero sin fijarnos que ese organismo está acomodado a ese elemento y con el agregado de que ella la traía de su lugar, que se le había terminado en el transcurso de los meses y que acá no se la podía dar nadie.
El hijo, las nietas, inmersos en la vorágine de la gran ciudad, no es que no habían estado prestándole atención, de hecho volvía cargada con un paquete de treinta kilos, con ropas, zapatos, con cosas que ese hijo y otra hija más le prepararon para que se llevase. La iban a ver todos los días al hospital, cuando salían de sus trabajos.
Lo cierto es que no había podido adaptarse a esta nueva realidad. Y tampoco había sido comprendida por la gente de aquí.
Recuerdo, un geologo que invita en las vacaciones a su padre del Sur, para mostrarle sus oficinas en Av. de Mayo, el departamentito que había comprado, en realidad con el ánimo de que el padre no pase únicamente un tiempo sino que se establezca aquí en el centro de la ciudad con él, y tiene un resultado parecido a esta historia, su padre se la pasa en la plaza con las palomas, porque se asfixia. Y no entiende esta vida, estas corridas, estos hábitos. Sale también casi huyendo, volviendo al pago.
Por esta razón, es tan necesario dar cuenta de la cultura, del sistema de creencias, porque si hasta en los vínculos más estrechos se puede perder el horizonte, con respecto a olvidarnos modalidades del vivir y del sentir, cuánto más tendremos que investigar aquellos que no conocemos nada acerca de ese otro, que está ahí, incluso solicitando nuestro cuidado.
Viñeta
La paciente una mujer portorriqueña se había escapado del Hospital Psiquiátrico de Brooklyn, esta mujer había sido internada con el diagnóstico de esquizofrenia. La psiquiatra no estaba enterada de que el mal de la paciente tenía como base una superstición popular -el gualichu-, el famoso -mal de ojo-.
La psiquiatra creía que había descubierto delirios desconocidos para la psiquiatría, se sentía famosa. Presentó ese trabajo en el Congreso Americano de Psiquiatría con el título La esquizofrenia en el mundo puertorriqueño, pero era tan ignorante de lo que es la transcultura, que nunca se enteró de esta superstición colectiva , muy expandida en los mitos populares de la cultura puertorriqueña.
La paciente era una pobre mujer, buena moza, de unos 50 años,muy sensual, cuya pareja la había dejado. Ella no toleró el abandono del hombre y este drama le costó la internación, pero por suerte pudo escapar.
Ella no estaba enferma, pertenecía a otro sistema de creencias colectivas, a otra cultura.
Dr. Angel Fiasché
Hacia una psicopatología de la pobreza
viernes, 28 de noviembre de 2008
El Tiempo
Estar vivo implica para el ser humano una conexión con el tiempo que tiene algo de magia, de azar, de incontrolable. Como tantas otras cosas de esta vida.
Platón diría:El tiempo es la imagen móvil de la eternidad.
Más allá de disquisiciones filosóficas o científicas se tiene esta sensación, el tiempo se mueve, se achica, se expande, quizás en esta dinámica artesanal que se da entre la fijeza y el cambio, de la que debemos apropiarnos para ser un ser-siendo.
Las modificaciones de la biología, del contexto, colaboran con o sin artificio a pensarnos en él. Agregando incluso, que una pequeña pérdida de su noción amenaza la cordura.
El sujeto doblemente tallado: por el tiempo y por otro cuerpo aún más poderoso: el social.
Tiempo es hablar de una sucesión, en la que el sujeto tiene determinadas alteraciones internas, subjetivas, efecto de los plazos de la vida; cuando se es joven no hay demasiado ayer pero sí, paradójicamente, hay cierta ilusión de eternidad; mucha moratoria que es cierto escasea en los sectores más marginados.
Eternidad que ya no siente el adulto de edad media que comienza a medir internamente el tiempo, a través de sus funciones, que empieza a sentirse padre de sus padres, o a hacer balance introspectivo, y a pensar la muerte, la de los otros.
Los teóricos han llamado a esta etapa la flor de la vida, porque sólo en ésta se llegan a ocupar determinados cargos de poder, se tiene cierta estabilidad económica, emocional, adaptativa, se alcanzan ciertos logros.
En tanto que en el adulto mayor, estoy hablando de las personas de setenta u ochenta años o más, hay una vuelta a los recuerdos de su niñez, de sus padres, con una carga afectiva que se expresa a través de los sueños, o las pesadillas.
Las pesadillas abundan en los adultos mayores marginales, institucionalizados, que viven bajo perpetua amenaza de abandono o violencia.
Lejos del afán de acentuar ningún discurso infantilizante o patologizante acerca de la vejez, ya que sería hablar el discurso social, ya que sería restarle su importancia política, lo que si puede uno preguntarse, si esto no adviene por un deseo de volver al principio, debido a que ya el futuro se visualice sin demasiada extensión, o casi inexistente.
O, por la sencilla razón de que el imaginario social le ha dado un nuevo signo a esta etapa de su vida.
Es desde estas fantasías de retorno a un lugar de albergamiento, de cobijo, desde donde tratará de desmentir tanto las señales del cuerpo biológico como los mandatos de un cuerpo social, en un intento de modificar el curso hacia lo inexorable.
Y es también ahí, cuando uno puede escuchar como muchos adultos mayores sueñan con ese pasado glorioso, el de sus años jóvenes, en parte real, en parte novelado, debido a que esta realidad les parece altamente angustiante, -en parte porque se está solo y ya no se espera- y toma cuerpo mediante una adherencia nostalgiosa hacia él; es cuando se erigen colosales monumentos y rituales de una vida, que ha quedado suspendida, fijada en esos años.
Con esto decimos, la ecuación es mucho pasado, poco porvenir, la memoria moldea ese pasado, fija recuerdos, y en esa travesía siempre hay algo de locura, de irrealidad, ya que éste es impreciso, inaprehensible. O demasiado cristalizado. Tiempo melancolizado.
Es cuando se muestra en todo su esplendor la marca inquisitorial de la cultura que ha sesgado esa potencialidad, esa posibilidad de la vivencia creadora y transformante.
Acechanza que, por otra parte, amenaza todas las etapas.
Lo cierto que este movimiento del tiempo, este pasaje del tiempo, se siente.
Y la cultura, que va mediatizando la conducta, imprime en nuestro mundo interno aceleraciones o desaceleraciones, que hacen que haya esta fidelidad a ese tiempo en el que fui, pero con la variante de que si el futuro es impensado, incierto, y el presente es vertiginoso, en el adulto mayor esta vivencia se encarnice más.
Aquí también la extrañeza, porque es común escuchar, que les sobra el tiempo a los adultos mayores, lo que se niega es que es un tiempo que ha sido así producido, porque representan un no lugar, no hay mundo real para ellos, parecería entonces que los días son inmensamente largos, pero cargados de una temporalidad exilada de la historia, suspendida.
De ahí que esta vivencia sea misteriosa, para los que no han llegado a esta etapa.
Pero no para los que la están atravesando, ya que en ella toman conciencia de una manera radical acerca de su destino biológico inmutable y de su decretada discapacidad social.
Por eso Bobbio señala: cuando el viejo se da cuenta de que el marxista considerado ciertamente por él y no sin razón, como campeón del ejército racionalista, se reconoce en ciertos aspectos como heredero de Heidegger, el espíritu de la época debe aparecerle extraviado más aún, auténticamente disociado: la matemática filosófica de su época se transformó en cuadrado mágico.
El ser humano, como sujeto deseante, tal vez tenga demasiados sueños, que no se correspondan con la finitud de la vida; los que han cumplido algunos son los que han tenido una correspondencia con el pasado en cuanto al sostenimiento de la coherencia acompañada con un anhelo de transformación, que les hizo trascender el tiempo.
Al respecto, Pichón Riviere pensaba que larga es la vida como largo es el proyecto.
Tal vez el camino sea, hacer varios caminos, tiempos múltiples, donde los recuerdos no sean armas defensivas sino puentes que ayuden a derribar las amenazas.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Philippe Ariès.
Había costumbres de viejos, algo que era una realidad sobre todo para las mujeres.
Cuando yo era niño mis abuelos, y sobre todo las mujeres, eran como personas sin edad: no se podía saber quiénes de esas viejas damas eran las más jóvenes o las de mayor edad, porque todas ellas tenían los mismos achaques, pero sobre todo porque todas iban vestidas del mismo modo. Los vestidos se compraban en los almacenes especializados de París. La Belle Jardinière era particularmente conocida por su sección de trabajo para señoras viejas. Las señoras se vestían de negro siguiendo una moda muy particular que había quedado un poco anticuada.
Lucían joyas especiales, concretamente de azabache, y llevaban estos vestidos hasta que se morían, incluso aunque algunas de ellas gozasen de una cierta lozanía y siguiesen estando bastante activas.
Se puede decir se situaba para las mujeres según los casos entre los cuarenta y los cincuenta años, y para los hombres entre los cincuenta y los sesenta. Por supuesto, la mayor parte de las mujeres de esta generación y de estas capas sociales no eran asalariados en el sentido que lo entendemos hoy, no tenían jubilación, y muchos carecían de profesión.
Vejez en nosotras
Se denominan sociedades envejecidas aquellas que tienen según la Asamblea Mundial del Envejecimiento más de un 7% de personas mayores de 60 años, en nuestro país uno de los últimos censos daba las cifras de un 14%, por lo tanto, la nuestra es una sociedad envejecida.
Para el 2025 habrá un total de 604 millones de mujeres mayores de 60 años en el mundo, el 70% de las cuales vivirá en países desarrollados, es decir de este 70% una gran parte vivirá en la pobreza. La interrogación pasa entonces por cómo se da la vejez en los unos y los otros, llegar a viejas, pero llegar ¿de qué manera?
Estamos diciendo que somos en especial las que tenemos mayores posibilidades de sobrevida, los sobrevivimos 7 años, si bien la palabra vieja no tiene una resonancia muy agradable, ya que nos remite dice el diccionario a descartada, marginada, con el corolario incontrovertible de que a pesar de los cambios estéticos las mujeres dejan de ser investidas eróticamente por los varones, no ocurriendo lo mismo en el caso de los varones.
Que esto tal vez esté relacionado con el hecho de que las propias mujeres al llegar a la menopausia consideren que ya no necesitarán seguir manteniendo relaciones sexuales, la sexualidad ligada a la reproducción.
Si bien ha habido cambios gracias a la impronta de la década del 60, con los estudios de Masther y Jhonson y Kinsey, por lo tanto, estas mujeres de hoy envejecerán con otro tipo de subjetividad que la de aquellas que nacieron en la época victoriana.
Desde el punto de vista económico el valor social asignado a las personas -dentro de un régimen capitalista- estaría asociado al lugar que ocupan dentro de la producción.
Pensemos, que todavía estamos a mitad de camino, algunas conquistas recién han sido logradas, patria potestad compartida, pero queda el derecho al aborto, ganar lo mismo que los hombres, ocupar otros lugares de poder, entre algunas de las tantas cuestiones.
Philippe Ariès analiza las representaciones sociales de la vejez a través de la historia, refiriéndose especialmente a la burguesía, por ejemplo menciona: predomina una falsa idea de la historia de la vejez, ante todo es preciso distinguir dos ejes, dos direcciones: por una parte, la historia de los papeles reales de la vejez en la sociedad, y, por otra, la historia de sus representaciones en el imaginario social. Es muy posible que entre estos dos ámbitos no haya coincidencia.
Lo que si llama la atención en sus escritos es la ausencia de la mujer envejeciente en sus investigaciones históricas, hay una sola mención cuando cuenta que se vestían de negro a los 40 o 50 años como muestra del cambio de etapa de la vida.
Estas disquisiciones van por el camino de manifestar que no existen políticas públicas destinadas a responder a las necesidades de las mujeres que envejecen. Aún, desde el feminismo, la mayor parte de las investigaciones darían cuenta de la mujer pero en edad reproductiva, invisibilizando cuáles serían los requerimientos más allá de esta etapa.
Pequeña viñeta.
M. tiene 80 años, me relata que cuando era pequeña su madre falleció, entonces el padre determinó que realizará sus estudios en un internado, pasó los años de su niñez y adolescencia ahí.
El padre no quiso que estudiara, por esta razón es que es tan hábil en todas las actividades manuales, cosido, tejido, bordado, me manifiesta orgullosa: todo lo que me ves puesto me lo hice yo.
Cuando sale del internado, al poco tiempo conoce a un joven y se casa, tiene dos hijos, no trabaja afuera, su vida se reduce al ámbito privado, escasa participación en el afuera.
Mas cuando sus hijos crecen, le pide al marido, que le permita ser voluntaria del hospital británico, entonces, durante 10 años, realiza esta tarea, que le ha deparado muchas satisfacciones.
Luego, queda viuda. Teniendo, 70 años, sufre una caída, sus dos hijos médicos, no quieren que una persona la cuide en su domicilio, pese a su deseo, entonces ingresa en el geriátrico.
Ahora, está allí. Toda su vida fue vivida a través del deseo de su padre, de su marido, ahora de sus hijos varones.
lunes, 24 de noviembre de 2008
Algo sobre sociología de la vejez
Lentamente, tanto desde la geriatría como desde la gerontología, los estudios sobre los adultos mayores han ido reconociendo la heterogeneidad de esa experiencia que consiste en hacerse viejo, estas variaciones podríamos afirmar estarían dadas en función del género, de la etnia, de la clase social a la que se pertenece.
Cuestiones en las que el sujeto no tiene control, o si lo tiene para producir alguna transformación es muy escaso. Pongamos el ejemplo, de movilidad social.
Cuando hablamos de envejecimiento, hablamos de proceso o sea también estamos refiriéndonos a las coordenadas de tiempo-espacio, quién fui en ese pasado, quién soy en este presente, quién seré en el futuro.
El problema para el adulto mayor de una clase social de bajos recursos estaría planteado en este último tramo, en realidad le estuvo planteado durante toda la vida, sólo que en este pasaje es donde se hace más evidente su vulnerabilidad, porque son justamente quienes no han podido dominar el curso de su vida, o las condiciones que les fueron creadas, esto y no otra cosa, sería la matriz de la soledad y la paralización.
Sartre a través de su filosofía existencialista ve al hombre como un proyecto-siendo, una historia que no es sólo producida por el afuera sino una historia que él también va tramando.
Debido a que cada uno es síntesis de múltiples determinaciones, existirán entonces, tantas formas de envejecer como de experimentar el sentimiento del paso del tiempo.
Según Ajuriaguerra: Se envejece de acuerdo a cómo se ha vivido. La cuestión es cómo se ha vivido, volviendo a lo anteriormente citado, dentro de qué contexto.
Cuando menciona esta frase, podríamos pensar que está tratando de rozar lo preventivo, o sea suponer que hay una forma de evitar que los hechos ocurran, también podría estar referido a que es hallar las causas que generan la enfermedad o incluso la refuerzan.
Pero que prevención puede argumentarse en un horizonte incierto, puede acaso acceder al pensamiento, formarse cómo hábito cuando el tiempo ha pasado realizando estrategias de supervivencia.
Pero como vejez no es enfermedad, es el afrontamiento de una nueva etapa del ciclo vital, en el que aparecen determinadas crisis, será el entorno el encargado de terminar, de hacer durar, o de reparar ese plan de vida, ya sea mitigando las causas o siendo cómplice e indiferente a las mismas.
De ahí que el postulado sartreano de -quién seré-, necesitará de una suficiente fortaleza yoica en algunos adultos mayores para revertir aquello que les hicieron, si ese entorno no se ofrece.
Porque más allá de la ilusión biográfica, de la fortaleza mencionada o la certeza en una identidad única e irrepetible junto con una voluntad que le permita trazar las otras coordenadas, relacionadas con el futuro, existe esto, un horizonte social que puede ser facilitador u obstaculizador de las necesidades del sujeto.
Por esta razón la importancia de las redes, en ésta como en cualquier otra etapa; Bion, el psicoanalista inglés que trabajó con ex-combatientes de la Segunda Guerra Mundial mencionaba la capacidad de revèrie, esa necesaria función que tiene que tener la madre para mitigar la angustia del bebé; él denominaba Terror sin nombre, a esta falla, a esta carencia de no poder albergar la angustia e incluso retroalimentarla.
Ahora bien, la sociedad puede ser una especie de útero, una madre nutricia que funciona como un espacio de contención, en un momento de crisis donde los adultos mayores vivencian la angustia por la caída de los garantes materiales y simbólicos que hasta ayer existían. Hasta ahora todo da muestras que no, la mayoría de nuestros adultos mayores pobres institucionalizados, o en sus casas: presentan una humanidad dolorida y degradada.
La prevención, debido a esto no puede ser la misma en un adulto mayor que va a almorzar a un hogar de día porque no le alcanza su jubilación y tiene culpa por recibir esta ayuda, que la de un senador retirado o un director de una empresa de servicios. Bolstansky sobre este tema menciona: que para los miembros de los sectores de bajos recursos, el cuerpo no constituye un motivo de preocupación constante: es generalmente usado como herramienta, y entonces sólo puede interesarles que funcione como fuerza de trabajo,esto ocasiona que en general la enfermedad aparezca en forma brutal, como un incendio, señala, porque no se han observado los signos y señales previas.
Entendiendo al sujeto desde sus tres dimensiones, biológica, psicológica y social, con los adelantos producidos en la ciencia, podríamos hipotetizar que la cuestión biológica estaría zanjada, minimizada - aunque también cabría preguntarse quiénes son los receptores de estos adelantos- y ya tenemos las respuestas, más pensando en la definición de salud de la OMS, de que salud no es sólo ausencia de enfermedad, podemos entrever que los problemas de orden social son los realmente relevantes en esta etapa.
Todo esto, para fundamentar que no podemos condenar a la simplificación una temática tan compleja como es la de la vejez, tan plural como las condiciones en las que se vive y de las que se proviene, donde hasta el momento no se ha logrado una armonía de este plural.
Bachelard plantea lo simple no existe, existen simplificaciones.
domingo, 23 de noviembre de 2008
Creatividad
Hace algunos años con amigos, colegas también, pero sobre todo amigos, cualquier proyecto que se precie debe casi imprescindiblemente tener esta circulación afectiva para que se produzca ese salto necesario, decía que hacíamos un taller de Creatividad.
Por ese entonces pensábamos que en ella estaba el protagonismo, la acción transformante, el movimiento social, la vida.
Algunas certezas se ganan con el tiempo, ésta es una de ellas, el saber que la Creatividad se caracteriza por ser un pensamiento divergente, un pensamiento que busca nuevas modalidades de exploración de conocimiento y de expresión de lo real.
Un pensamiento contrario a lo inquisotorial, a lo normatizado, de ahí parte su importancia, en tanto transformante del sujeto y del contexto.
La Creatividad de S. Freud comenzó a expandirse, a expresarse a una edad que se consideraba madura para su época, lo que hoy denominaríamos Mediana Edad, tenía casi cuarenta años cuando escribió Estudios sobre la histeria, y cuarenta y cuatro cuando apareció La interpretación de los sueños.
Podríamos precisar que sus trabajos básicos y clásicos sobre la técnica se escribieron entre 1910 y 1915, es decir cuando ya contaba entre cincuenta y cuatro y cincuenta y nueve años. En 1920 a los sesenta y cuatro escribió Más allá del principio del placer, donde trata el instinto de muerte y en 1923 a los sesenta y siete, escribió El Yo y el Ello, donde desarrolla toda su hipótesis estructural.
Cuando tenía ochenta y uno apareció su notable obra Análisis terminable e Interminable.
En 1921 con motivo de cumplir sesenta y cinco años escribía: El 13 de marzo de este año, en una forma repentina, he dado verdaderamente un paso hacia la vejez. Desde este momento no me ha abandonado la idea de la muerte y a veces tengo la impresión de que siete de mis órganos internos están luchando por el honor de poner fin a mi vida. Ningún hecho especial se produjo que pudiera justificarlo, a no ser que ese día Olivier se despidió en viaje a Rumania. Así y todo, no he sucumbido a la hipocresía y lo miro todo fríamente, como si se tratara de mis especulaciones de Más allá del principio del placer.
Pero a pesar de estas palabras, Freud siguió activo hasta su muerte, ocurrida a los ochenta y tres años, dando un vivo ejemplo de la capacidad creativa de los adultos mayores, siguió activo a pesar de las pérdidas, de los duelos profundamente sentidos de seres muy queridos y de un severo padecimiento físico que lo acosó durante los últimos dieciséis años de su vida.
Este sería un ejemplo de los tantos que podríamos citar con respecto a que el envejecimiento no siempre es declinación, sino que puede en algunos casos, ser consumación.
Tal vez, hasta podríamos hipotetizar que ante la enfermedad y la muerte, muchos sujetos la viven como han vivido la vida, con intereses y luchando hasta el final.
Pero también sería oportuno preguntarse si no es desde este mantenimiento de la capacidad de crear de donde se extrae la fuerza que crea el nexo entre la madurez y la tercera o cuarta edad, o el puente entre la vida y la muerte.
Por estas y muchas más razones es tan importante que el adulto mayor tenga un espacio, un lugar no sólo imaginario sino real para el despliegue de toda la potencialidad que esta ahí latente y viva.
viernes, 21 de noviembre de 2008
Antón Arrufat.
Constancia
Muerta mi abuela,
los limoneros siguieron floreciendo,
dando sus pequeños frutos redondos,
ignorantes -tal vez- de que ella los plantó
y ya no estaba para cuidarlos.
Al poco tiempo fueron silvestres,
felices -tal vez- de regresar a su naturaleza sola.
Donde mi abuela estuvo
los limoneros airosos, naturalmente hirsutos,
con múltiples hojas sin recortar,
ostentan, libres de su mano, su forma insolente.
Sólo eso. Su verdor inicial
sus hojas múltiples, sus frutos sin podar.
Entonces, de las ramas
colgué las ropas de mi abuela,
su sombrero, su sombrilla,
para que al menos no fueran ellos tan propios.
De La huella en la arena
jueves, 20 de noviembre de 2008
Cuerpo y Vejez
En nuestra cultura las señales que el paso del tiempo va dejando en el cuerpo son evocadoras de displacer, de conflicto o desencuentro.
Sería quizás importante considerar la intersección subjetividad-cultura.
Son nuestros adultos mayores valorados como bastiones de la tradición? cómo portadores de sabiduría? o eslabones en la cadena intergeneracional?
Más que esto me arriesgaría a decir que se va construyendo una representación social relacionada con padecimientos, achaques, declinación física, sexual, de cambios en los hábitos del sueño o la comida, conformando esta sinonimia: vejez igual a enfermedad.
Podríamos seguir con el listado, decadencia, rigidez, falta de memoria, o sea lo más parecido a una enfermedad degenerativa, incluso hasta por aquellos que trabajan en los sectores de educación o salud.
Acostumbrados a desnaturalizar aquello que quiere imponerse con visión de certeza, recurrimos a nuestros propios modelos de envejecimiento, o sea a los viejos que llevamos dentro, padres, abuelos, amigos, y descubrimos cuánto de estereotipia se cierne sobre este discurso.
Sería imposible negar las transformaciones que evidentemente se manifiestan en el nivel de la estructura y la fisiología corporal, pero sin dejar de pensar que cada sujeto es único, y que cuando a proceso de envejecimiento nos referimos, no podemos ingresar en el terreno de las generalizaciones.
Y es allí donde desmentimos esta configuración imaginaria colectiva con respecto a esta etapa y sus efectos en el cuerpo.
El dr. Leopoldo Salvarezza denomina Viejismo, a este prejuicio, o sea juicio previo que se le sobreagrega a toda persona por el hecho de portar años, que es estigmatizante, a todas luces.
Esta mirada del otro a través de la dialéctica identificatoria hace mella en el psiquismo individual y va construyendo esta certeza antes mencionada, de allí que sea una etapa tan negada, P. Ariés el historiador francés dice que la sociedad descansa sobre tres negaciones: la muerte, la vejez, y el rechazo de los niños.
Pero sin remontarnos a la historia de la vejez, a cómo en cada etapa se la ha valorado o significado, podemos afirmar que las teorías, los prejuicios, encarnan en nosotros más allá de que expresemos su rechazo, de que nos resistamos mediante lecturas o la adopción de modelos edificantes.
En realidad, a diario se comprueba que pareciera no existir bálsamo para estas fantasías, incluso, porque hay toda una industria elaborando productos para hacernos sentir cada día más jóvenes y bellos. El intento de detener el reloj, es una de las crisis más conocidas dentro de la mediana edad.
Esto retroalimentado por una cultura que registra un debilitamiento en todos aquellos valores o ideales asociados a fines más altruistas, como la solidaridad, los afectos, la espiritualidad.
Y diría que éste es el gran problema del Adulto Mayor, ya el dr. H.Ey lo decía, el problema de adaptación a esta etapa, pero ahora con el sobreagregado de adaptación no sólo al cuerpo,a la etapa, sino a una cultura que ve al cuerpo no como al decir de Galeano -como una fiesta- sino como un producto más para ser consumido.
Por ende, al no encarnar ya la belleza, la lozanía, el vigor, la fuerza, que son los rasgos sobreestimados de la época, los cambios que se dan en su cuerpo serán vivenciados con toda eficacia traumática.
Maggie Khun, líder de un grupo de activistas los Grays Phanters, portaba una pancarta que decía: Tocadme, las arrugas no son contagiosas.
Es común observar en la práctica con adultos como cualquier actividad que se realice necesita de estar sostenida por el contacto corporal, otro tipo de mediación, esto que comúnmente decimos, los afectos generan efectos.
Este latir con el otro, palma a palma, o a través del abrazo, la caricia, se opone a esta lógica visual de estos tiempos que es tan devastadora.
El cuerpo, como dice Galeano, siempre es una fiesta, generalmente digo, utilicemos el puente del contacto corporal que les permite ir al rescate de una sensorialidad placentera, de movilizaciones afectivas y de una conexión saludable con la representación corporal.
Usemos la palabra, también la mirada, aquella que necesitan para volver a ser percibidos.
Porque el cuerpo entonces, no sea vivido desde una adherencia nostálgica, o sea con dolor por lo perdido, sino porque sea éste, en presente.
miércoles, 19 de noviembre de 2008
De Senectute
Nosotros somos en el tiempo, el tiempo que fluye raudo y terrible. Benjamin dijo que sólo una ruptura mesiánica puede salvarnos de este ir precipitando, porque esta ruptura puede crear una suerte de inversión temporal y, por lo tanto, lo que se ha desmoronado, lo que se ha quebrantado irremediablemente puede encontrar de nuevo sentido y razón de ser. En una palabra, puede ser redimido. Y si la esperanza mesiánica no es para todos, para todos es al menos la posibilidad de poner las cosas en Stillstand: en estado de detención. De manera que, en la tensión que las mantiene en suspensión por un instante, las cosas pueden significar, o por lo menos crear ese espacio, ese intersticio donde incluso lo inexpresable puede asomarse, mostrarse y acaso adquirir forma y convertirse así en un significado, en un sentido. Rilke escribió que también el dolor, incluso el dolor, puede convertirse en -algo nuestro-. Pero hay quien no tiene tiempo. Los condenados de la tierra, que yacen en una miseria inacabada que aglutina todo tiempo en un solo tiempo: el eterno presente del hambre, de la necesidad, del sufrimiento. Pero todos nosotros llegamos a ser condenados de la tierra. Es la edad de la vejez, cuando perdemos no sólo todo poder sobre lo que nos rodea, sino también sobre nosotros, sobre nuestro cuerpo y nos convertimos en algo abandonado a los cuidados de quienes están a nuestro alrededor. Es el tiempo en que la memoria se empaña, el horizonte del futuro se aplana hasta desvanecerse y se vive en una especie de presente sin confines; ese tiempo que es, como ha escrito Taubes, el tiempo en que espira el aliento mefítico de la muerte. Ese tiempo, que será nuestro tiempo, es incomprensible. Es un misterio dentro de la vida, grande como el misterio de la muerte que habita en ella.
La vigencia del desapego
Ni bien lo vi me hizo recordar aquello de que la vida de un edificio ya no está ligada a la vida de los hombres que lo construyeron sino a los vaivenes del mercado.
Una otrora mansión de Belgrano R, trataba de imaginarme mientras esperaba paseando por sus frescos y cálidos jardines, si hubiera profetizado su destino, por lo observado y conversado con la dueña, los adultos mayores y... el edificio, tuve como respuesta que todo se empeñaba en decirme que la vida, incluso la historia siempre es un poco impredecible.
La mayoría de los adultos mayores de este lugar lucían tristes pero respetables, algunos agrupados hablaban entre sí, de una viejita me llamó la atención cierta rigidez, no me estoy refiriendo a ningún cuadro parkinsoniano, sino a otra cosa: la rigidez de la espera. Nótese que no digo ansiedad.
Salí de allí, previa confirmación por parte de la dueña que aunque de lujo, en los geriátricos la gente sigue siendo depositada. Vino a mi memoria la Teoría del Desapego formulada en la década del 50 en EE.UU. por Cummings y Henry, según estos autores: envejecer sería una pérdida de interés vital por todo lo que nos rodea, un desafectarse de todo lo vivo. algo que ellos afirman como universal, invariante, intrínseco, no sujeto a variable o intervención social alguna. El viejo se aparta.
Nada más pertinente que mencionar a Freud dice ahora bien la contradicción teórica es casi siempre infructuosa. En cuanto empiezan a alejarnos del material básico corremos peligro de emborracharnos con nuestras propias afirmaciones y acabar defendiendo opiniones que toda observación hubiera demostrado errónea.
Me parece pues, mucho más adecuado combatir las teorías divergentes contrarrestándolas con casos y problemas concretos.
Bleger en nuestro país ha sido bastante crítico con esta prototeoría y se pregunta cómo puede ser que un ser social pueda devenir aislado.
Maddox, por su parte, contrapone la Teoría de la Actividad con ella demuestra que es posible seguir apegado a intereses y deseos hasta el fin de la vida.
Si bien hay un tipo de vejez caracterizada como melancólica la interpelación debe dirigirse al orden social.
Silvia Bleichmar define como malestar sobrante a la cuota que nos toca pagar que remite a resignificar aspectos sustanciales del ser mismo como efecto de circunstancias agregadas.
El malestar sobrante está dado por el hecho de que la profunda mutación histórica sufrida en los últimos años deja a cada sujeto despojado de un proyecto trascendente que posibilite de algún modo avizorar modos de atenuación del malestar reinante.
Este nuevo escenario nos remite a pensar que el Desapego ya no está referido a cierta etapa etaria, sino que es en los sectores más vulnerables -llámese niños, viejos- donde se expresa con más impunidad y violencia.
En otro párrafo Silvia Bleichmar decía: porque lo viejo no es un problema de tiempo solamente sino de mirada puesta en un punto en la flecha del tiempo hacia el pasado o hacia el futuro y esto define las coordenadas con las cuales se emplaza lo joven o lo viejo.
lunes, 17 de noviembre de 2008
Las variadas formas del maltrato en los adultos mayores
El maltrato hacia las personas mayores es generalmente no negado pero sí soslayado en nuestra sociedad, es difícil de detectar y poco denunciado. Uno vuelve a preguntarse porqué razón un adulto mayor minimiza todas estas cuestiones, es que en realidad su edad, condicionada por una serie de duelos por procesar, nos estamos refiriendo a pérdida de roles, viudez, escasa o nula participación social,por nombrar algunos, facilita que él sostenga un lugar en esta asimetría sometedora, donde cede su poder a un otro.
También porque aparecería esto de que las víctimas prefieren padecer antes que acusar a las personas perpetradoras de este maltrato, que en realidad no son otros que
sus familiares directos o sus cuidadores.
Esperan como la mujer golpeada que esto pase, además de no denunciar por sentir temor y verguenza cuando el violento es un miembro de su familia.
Lo concreto es que el ejercicio de la violencia es ejercido en una relación de poder que se impone desde el exterior y que las condiciones antes mencionadas de vulnerabilidad propias de esta etapa pueden facilitarlas pero no provocarlas.
Estaríamos además precisando que el tema del maltrato nos remite indefectiblemente a una multiplicidad de causas que van más allá de lo intrapsíquico individual, abarcando entonces no sólo el psiquismo del sujeto sino los vínculos con unos otros inmersos dentro de un contexto de características determinadas.
Entonces, es un tema que trasciende lo intrapsíquico, trasciende el ámbito privado, para convertirse en algo relacionado con el ámbito público, con el interés general, ya que cuando un individuo está amenazado en la sociedad, lo estamos todos.
Para agregar que cuando uno ha visualizado estas cuestiones, ya no puede estar ajeno, ni mirar para otro lado, siempre la complicidad necesita del silencio.
Dentro de las otras causas, macrosociales, mencionaríamos bajos haberes, insuficientes obras sociales, o institucionalización no deseada, producto de los bajos recursos materiales y simbólicos de una familia que no puede hacerse cargo de este familiar que está pasando por una crisis evolutiva.
El objetivo de esta referencia va en el camino de responsabilizar a las familias no de culpabilizarlas, ya que si ese geriátrico funciona como un lugar de transición, o de encuentro con otros pares, y el adulto mayor está informado y ha meditado acerca de esta situación, puede ser hasta una salida deseable.
El caso es cuando esta intención no está, esta palabra no está y el adulto es depositado, no consultado, engañado.
Son casi reiteradas las quejas de los viejos cuando uno se acerca a saludarlos, preguntando: ¿porqué me hicieron esto?
Esta entonces, sería una forma de maltrato naturalizada: hacer del otro lo que se nos antoja, no tomar en cuenta sus deseos.
Pero lamentablemente hay infinitas formas de situarse frente al otro en una posición de control y poder, menoscabando su integridad personal, formas que llamaremos explícitas en su poderío gestual, o motor, en su fuerza destructiva o implícitas -omisión, indiferencia, abandono- productoras también de daño emocional y psicológico.
Un adulto mayor víctima de la violencia por parte de una persona cercana, vivencia las tres sensaciones que describe Freud en Más allá del Principio del Placer, en relación al peligro:
Susto o Sobresalto, estado que invade bruscamente frente a la sorpresa de la agresión.
Miedo a ser dañado, lastimado, y a la repetición de la violencia.
Angustia por la expectación y preparación constante, para evitar que suceda nuevamente.
Un factor agregado en los casos de maltrato es la conmoción afectiva y el dolor producido por la cercanía afectiva o de cierta dependencia con la persona agresora.
La cronicidad del maltrato promueve sentimientos constantes de miedo, impotencia, indefensión, que junto a la inhibición de recursos protectores, generan cada vez mayor pasividad y represión emocional. Conformando el llamado Síndrome de Campo de Concentración, lo que paraliza e impotentiza para algún tipo de recurso defensivo frente a la situación.
El programa Proteger del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, asumió el desafío de orientar la política social para la vejez, a través de un modelo de gestión que prioriza a la persona, combatiendo el aislamiento, la discriminación, el abandono y el maltrato.
Los ejes del programa están basados en la promoción, prevención y asistencia.
Tel. 0800-333-4300.
buenos aires, marzo 2006
domingo, 16 de noviembre de 2008
Vejez.Divino Tesoro. II Parte
De momento los genetistas aspiran a equiparar a los seres humanos con las tortugas gigantes que a los cien años están en la flor de la edad:una cierta capacidad de resistir a los choques físicos y psicológicos y una cierta confianza en uno mismo constituyen, según los expertos, los principales rasgos psicológicos de las personas centenarias.
Sin duda, el duro caparazón de las tortugas gigantes y su aire de indiferencia a todo lo que las rodea les permite vivir ciento cincuenta años.
El discurso dominante sobre la vejez es en realidad un discurso social biologizado que tiende a naturalizar la vejez para mejor olvidar o negar su naturaleza sociopolítica.
Al naturalizar la vejez nos olvidamos que una buena parte de nuestros semejantes pasan su corta y explotada vida arrastrándose como gusanos mientras unos pocos sueñan con la inmortalidad.
Estos párrafos extraídos de diferentes fuentes no tienen otro sentido que el de cuestionar los discursos y las prácticas dominantes relativos a la vejez.
Conscientes de que el cuidado con el que una sociedad se ocupa de sus adultos mayores es el mejor instrumento para evaluar el grado y la calidad de su cohesión social.
Deberemos hacer la diferenciación con respecto a las formas de vida que en esta etapa se adoptan, con esto, es una vejez libre o institucionalizada, pero el afán no tiene otro objetivo que el de interpelar acerca de que si la vejez es un divino tesoro deberemos implicarnos y asumir un discurso ético, estético y político en favor de la misma, ya que nuestros viejos animan tanto la memoria como la conciencia colectiva sin las cuales ninguna sociedad puede subsistir.
sábado, 15 de noviembre de 2008
Conservar las pasiones alegres
Para que la vejez no sea una parodia ridícula de nuestra existencia anterior no hay más que una solución, y es seguir persiguiendo fines que den sentido a nuestra vida: dedicación a individuos, colectividades, causas, trabajo social o político, intelectual, creador. Contrariamente a lo que aconsejan los moralistas, lo deseable es conservar a una edad avanzada pasiones lo bastante fuertes como para que nos eviten volvernos sobre nosotros mismos. La vida conserva valor mientras se acuerda valor a la de los otros a través del amor, la amistad, la indignación, la compasión. Entonces, sigue habiendo razones de obrar o de hablar. Muchas veces se aconseja a las gentes que -se preparen- para la vejez. Pero sí sólo se trata de economizar dinero, elegir el lugar donde se va a vivir después de la jubilación, prepararse hobbies, llegado el momento no se habrá adelantado nada. Vale más no pensar demasiado en ella pero vivir una vida de hombre lo bastante comprometida, lo bastante justificada como para seguir apegado incluso cuando se han perdido todas las ilusiones y se ha enfriado el ardor vital.
En este párrafo Simone de Beauvoir se refiere a esta potencia que está en todo humano, así como más adelante menciona también como esto es sólo concedido a un puñado de privilegiados esto nos lleva a preguntarnos cuánta fuerza yoica se debe tener en esta etapa para seguir conservando estas pasiones alegres que nos siguen ligando al futuro, cuánta fuerza entonces para contrarrestar lo que naturaliza a la vejez como enfermedad, improductividad, desgano.
De ser así, cuestionar el discurso que ese entramado social genera.
viernes, 14 de noviembre de 2008
Vejez. Divino Tesoro- I Parte
Muy pronto la geriatría se convertirá en una especialidad de gran prestigio. Las universidades organizarán masters y cursos de postgrado para crear los más variados equipos de especialistas en esta singular etapa de la vida, identificada ahora como una enfermedad degenerativa.
Seguros de vejez, planes de pensiones, especialistas en el ocio para la tercera edad, deportes que no requieren grandes emociones -como el golf-, alimentación sana baja en grasas y casi sin sal, aparatos para medir la propia tensión arterial o los índices de colesterol en la sangre, residencias confortables, incineraciones asépticas, por no hablar de las investigaciones genéticas para desvelar el misterio de la longevidad, conocerán sin duda en este nuevo siglo que comienza un éxito sin precedentes.
Tal vez, estoy proponiendo que mediante un mecanismo tan sencillo como el de la palabra nos reencontremos para exorcisar fantasmas, decapitarlos si es preciso, alejar todo aquello que como representación circula y hace política en el cuerpo, dejándolo ausente de deseo.
Porque estoy pensando al paso de los años.... qué nos pasa?
Propongo prepararnos para otro extenso viaje, de caminos difusos, entrecortados, temidos, con la estrategia de otras magias, distintas, diferentes, que anclen con otras y nuevas pasiones, como eslabón de antiguos ecos, pero también naciendo de entre la resquebrajadura del tiempo.
Quizás podamos empezar a alertar, a hacer dudar de todos los discursos, biológicos, psicológicos, sociales, y comenzar a decir que todo aquello que está vivo, mientras está vivo, demanda.
Y que lo tan racional y experimentado es el misterio.
Lo cierto es que la pregunta del paso del tiempo nos arrincona frente al espejo, cuando olvidamos una respuesta, un nombre, que quizas devenga de un sabor amargo, o cuando medimos esa vertiginosidad como chicos asustados que no comprenden las cuentas.
También para los jóvenes es un impensable, esto de pensarse entrado en años, viejo, como para los que estamos transitando las medianías: un lugar temido por lo ignorado y fantaseado.
Lo cierto es que pareciera que la vejez tiene otra mirada que nos enseña a repensarnos, y esa escrudiñación del viaje nos tienta a afirmar que tal vez sea tan deseante como éste, sí, con muchas más fotos, más recuerdos, con tanta sangre viva como la de este estar aquí conmovido, sólo que seguramente más instalados en las sienes del tiempo como si fuese un tránsito más racional, más experimentado, pero no por eso despojado de pasión.