viernes, 21 de noviembre de 2008

Antón Arrufat.


Constancia

Muerta mi abuela,
los limoneros siguieron floreciendo,
dando sus pequeños frutos redondos,
ignorantes -tal vez- de que ella los plantó
y ya no estaba para cuidarlos.
Al poco tiempo fueron silvestres,
felices -tal vez- de regresar a su naturaleza sola.

Donde mi abuela estuvo
los limoneros airosos, naturalmente hirsutos,
con múltiples hojas sin recortar,
ostentan, libres de su mano, su forma insolente.

Sólo eso. Su verdor inicial
sus hojas múltiples, sus frutos sin podar.
Entonces, de las ramas
colgué las ropas de mi abuela,
su sombrero, su sombrilla,
para que al menos no fueran ellos tan propios.

De La huella en la arena

No hay comentarios: