martes, 2 de diciembre de 2008

Transcultura y Conciencia


Cuando nos referimos a la interacción con adultos mayores, aunque esto es válido para cualquier franja etaria, pero recalcaría que es más importante en ésta por las consecuencias, no podemos dejar de lado o soslayar aspectos relacionados con la cultura de la que el sujeto emerge.

A raíz de esto, pensé en un relato de Josefina Racedo que narra acerca de una abuela -no objetaremos el término, porque lo era- que viaja de Buenos Aires a Tucumán. Está volviéndose a sus pagos. Esto en apariencia no podría presumirse como de efecto negativo, sólo que ocurre algo del orden de lo imprevisto, en el trayecto esta señora se descompensa, ante el desconcierto que esto produce entre todos los allí presentes, al ver a esta señora tan viejita, tan pálida, tan flaquita que habla con la voz entrecortada, los pasajeros se preguntan si hay algún médico. El guarda le dice: mire señora, ni en pullman hay un médico así que tendrá que esperar hasta La Banda, vamos a ver ahí qué podemos hacer.

Ahí es cuando Josefina comienza a hablar con esta señora, a preguntarle qué le pasa: no puedo, me falta el aire, tengo un nudo. A intentar transmitirle confianza, seguridad, con todos los recursos emocionales que ella pone en juego junto con un compañero estudiante de medicina, la van llevando de a poquito a que se tranquilice, a preguntarle si había comido y contesta que no, que no le entra nada.
Es ahí donde comienza a ponerle palabras a su estado: me vuelvo porque ahí estaba muy mal, no me encontraba. Estaba sola todo el día, yo venía a acompañarlo a mi hijo y me dejaban sola, se iban todos a trabajar y yo quedaba sola como un poste.. no tenía ni maíz para hacer mi mazamorra... cuando quería mirar la tele, las nietas, que ni me decían abuela, no me dejaban mirar...
Así va transcurriendo la conversación, mientras la hacen comer alguito, y ella manifiesta: Fíjese hasta que uds, me han empezado a conversar yo tenía miedo de morirme, me iba a morir aquí sola, quién iba a saber si yo me moría, en cambio ahora ya no tengo miedo porque uds. saben quién soy.
Y para peor como me ha ido mal, y me han martirizado en el Ramos Mejía, no no vive mi hijo ahí, me refiero al hospital... vaya a saber yo estaba enferma, mal, y ellos me han puesto en el hospital... tenía un médico cada doce horas. Me han hecho tantas cosas, me han puesto cosas por la nariz, me han lavado, me ponían un remedio, me hacía mal y me ponían otro para que me cure del mal de ese remedio... no me hallaban... hasta que un día mi hijo le ha dicho al médico es que no tiene con qué rumiar.
El médico no comprende, pregunta acerca de qué cosa es lo que le hace falta. El hijo responde: la coca.
Ella había llevado su bolsita, su chuspa, con su coquita, porque la coca es un elemento incorporado a toda la vida del Altiplano, y además es parte de su metabolismo.
En esta corta síntesis se puede observar como esta señora sufre por haber estado afuera de su contexto espacial, temporal, ambiental, aunque estuvo con su hijo, esté se había radicado en Buenos Aires cuando tenía 16 y ahora iba por los 40, tal vez todas estas situaciones fueron las que la llevaron a huir, porque la imagen del relato es la de alguien que está huyendo y no volviendo a su casa, desde aquí desconociendo su historia diríamos hizo una descompensación metabólica, un síndrome de abstinencia, pero sin fijarnos que ese organismo está acomodado a ese elemento y con el agregado de que ella la traía de su lugar, que se le había terminado en el transcurso de los meses y que acá no se la podía dar nadie.
El hijo, las nietas, inmersos en la vorágine de la gran ciudad, no es que no habían estado prestándole atención, de hecho volvía cargada con un paquete de treinta kilos, con ropas, zapatos, con cosas que ese hijo y otra hija más le prepararon para que se llevase. La iban a ver todos los días al hospital, cuando salían de sus trabajos.
Lo cierto es que no había podido adaptarse a esta nueva realidad. Y tampoco había sido comprendida por la gente de aquí.
Recuerdo, un geologo que invita en las vacaciones a su padre del Sur, para mostrarle sus oficinas en Av. de Mayo, el departamentito que había comprado, en realidad con el ánimo de que el padre no pase únicamente un tiempo sino que se establezca aquí en el centro de la ciudad con él, y tiene un resultado parecido a esta historia, su padre se la pasa en la plaza con las palomas, porque se asfixia. Y no entiende esta vida, estas corridas, estos hábitos. Sale también casi huyendo, volviendo al pago.

Por esta razón, es tan necesario dar cuenta de la cultura, del sistema de creencias, porque si hasta en los vínculos más estrechos se puede perder el horizonte, con respecto a olvidarnos modalidades del vivir y del sentir, cuánto más tendremos que investigar aquellos que no conocemos nada acerca de ese otro, que está ahí, incluso solicitando nuestro cuidado.

Viñeta

La paciente una mujer portorriqueña se había escapado del Hospital Psiquiátrico de Brooklyn, esta mujer había sido internada con el diagnóstico de esquizofrenia. La psiquiatra no estaba enterada de que el mal de la paciente tenía como base una superstición popular -el gualichu-, el famoso -mal de ojo-.
La psiquiatra creía que había descubierto delirios desconocidos para la psiquiatría, se sentía famosa. Presentó ese trabajo en el Congreso Americano de Psiquiatría con el título La esquizofrenia en el mundo puertorriqueño, pero era tan ignorante de lo que es la transcultura, que nunca se enteró de esta superstición colectiva , muy expandida en los mitos populares de la cultura puertorriqueña.
La paciente era una pobre mujer, buena moza, de unos 50 años,muy sensual, cuya pareja la había dejado. Ella no toleró el abandono del hombre y este drama le costó la internación, pero por suerte pudo escapar.
Ella no estaba enferma, pertenecía a otro sistema de creencias colectivas, a otra cultura.
Dr. Angel Fiasché
Hacia una psicopatología de la pobreza

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