Cuando volcamos la mirada hacia el tránsito misterioso de la vejez (Yo soy la morada de mi futura vejez, Buda), no deja de inquietarnos que esta etapa de la vida adquiera una especie de protagonismo invertido: por exclusión.
No deja de parecer extraño, ya que en toda etapa de la vida el sujeto busca asilo, pero el asilo que en los años jóvenes eran los vínculos -armoniosos, confusos o locos- ha devenido en esta hora, en asistencia o abandono, en necesidad básica a satisfacer, una especie de bebé viejo que en todo tiempo y lugar demanda y obtiene las palmadas en la espalda de la ciencia.
Quizás esté ligado a que cada vez más tenemos una mentalidad global, la misma nos hace reconocernos por edades, aficiones, ideologías, olores y pasiones.
Me pregunto si esta falta de "cosmohumanidad" que da por sentado personas con porvenir y personas con porirse no nos sume en esta desconsideración maníaca del otro.
Desconsideración que, por otra parte, se viene gestando de acuerdo a la clase a la que se pertenezca desde las más tiernas infancias, y en otros casos se hace evidente en etapas anteriores a la denominada vejez, cuando en la mediana edad las personas no encuentran ocupación precisa ni lugar ni espacio, una secuencial suspensión en el tiempo.
Suspensión que prepara para una nueva categoría que será determinante en la etapa posterior, la de pre-viejos.
El espejo, "la selva de los espejos" como precisó el poeta, nos va augurando, como un oráculo negado, el destino, el avatar subjetivo, como si las marcas en la primera frontera fueran anunciación de la pérdida de futuros goces.
Avizorar esta sensación, percepción de sentirse borrado, desplazado -no queda plazo- por el peso de una carnalidad en exceso, remite a un trabajo de elaboración que no puede ser únicamente solitario.
La ciencia ha logrado extender la vida, ha rezado a la maravilla para que extendiera sus dones, rogándole por más tiempo, ha producido nuevas semillas y las seguirá produciendo. Esto será materia opinable o no.
La cuestión es cuando el sujeto empieza a vivenciar al tiempo como derrota, como gran desprotector, y a las consabidas angustias existenciales -producidas por las disquisiciones e inquisiciones de un Ser que lo que anhela es seguir siendo- como respuesta encuentra un desfiladero de otras voces del mismo tenor, rumiantes y solitarias.
Asilos de unificaciones reales en la mente de la gente, pero a la larga solitarios, aferramiento al caos engendrador de vida en un mar de incertezas.
Si bien es cierto que todo lo leído fuera de contexto será interpretación extravagante, las generaciones futuras tal vez se pregunten por esta raza de hombres que crearon una forma de perdurar en el tiempo, y se preguntaran extrañados acerca de todo lo creado.
Conceptos, nuevas ciencias, instituciones, declaraciones mundiales de derechos por la ancianidad, derechos del moribundo, reglamentaciones diversas.
Ante tal incremento humanitario puede que expresen que los viejos fueron testigos presenciales de un gran cambio, de algo a todas luces improbable, impensado.
Una verdadera revolución vital junto con la carencia de elaboraciones acerca de esta "post-crisis".
Puede que también estas interpelaciones produzcan nuevas aperturas, que saquen alguna conclusión acerca de la importancia del durar y del vivir, de la cantidad y la calidad de vida, y de la importancia de producir un anclaje genuino de los adultos mayores en el colectivo social.