En nuestra cultura las señales que el paso del tiempo va dejando en el cuerpo son evocadoras de displacer, de conflicto o desencuentro.
Sería quizás importante considerar la intersección subjetividad-cultura.
Son nuestros adultos mayores valorados como bastiones de la tradición? cómo portadores de sabiduría? o eslabones en la cadena intergeneracional?
Más que esto me arriesgaría a decir que se va construyendo una representación social relacionada con padecimientos, achaques, declinación física, sexual, de cambios en los hábitos del sueño o la comida, conformando esta sinonimia: vejez igual a enfermedad.
Podríamos seguir con el listado, decadencia, rigidez, falta de memoria, o sea lo más parecido a una enfermedad degenerativa, incluso hasta por aquellos que trabajan en los sectores de educación o salud.
Acostumbrados a desnaturalizar aquello que quiere imponerse con visión de certeza, recurrimos a nuestros propios modelos de envejecimiento, o sea a los viejos que llevamos dentro, padres, abuelos, amigos, y descubrimos cuánto de estereotipia se cierne sobre este discurso.
Sería imposible negar las transformaciones que evidentemente se manifiestan en el nivel de la estructura y la fisiología corporal, pero sin dejar de pensar que cada sujeto es único, y que cuando a proceso de envejecimiento nos referimos, no podemos ingresar en el terreno de las generalizaciones.
Y es allí donde desmentimos esta configuración imaginaria colectiva con respecto a esta etapa y sus efectos en el cuerpo.
El dr. Leopoldo Salvarezza denomina Viejismo, a este prejuicio, o sea juicio previo que se le sobreagrega a toda persona por el hecho de portar años, que es estigmatizante, a todas luces.
Esta mirada del otro a través de la dialéctica identificatoria hace mella en el psiquismo individual y va construyendo esta certeza antes mencionada, de allí que sea una etapa tan negada, P. Ariés el historiador francés dice que la sociedad descansa sobre tres negaciones: la muerte, la vejez, y el rechazo de los niños.
Pero sin remontarnos a la historia de la vejez, a cómo en cada etapa se la ha valorado o significado, podemos afirmar que las teorías, los prejuicios, encarnan en nosotros más allá de que expresemos su rechazo, de que nos resistamos mediante lecturas o la adopción de modelos edificantes.
En realidad, a diario se comprueba que pareciera no existir bálsamo para estas fantasías, incluso, porque hay toda una industria elaborando productos para hacernos sentir cada día más jóvenes y bellos. El intento de detener el reloj, es una de las crisis más conocidas dentro de la mediana edad.
Esto retroalimentado por una cultura que registra un debilitamiento en todos aquellos valores o ideales asociados a fines más altruistas, como la solidaridad, los afectos, la espiritualidad.
Y diría que éste es el gran problema del Adulto Mayor, ya el dr. H.Ey lo decía, el problema de adaptación a esta etapa, pero ahora con el sobreagregado de adaptación no sólo al cuerpo,a la etapa, sino a una cultura que ve al cuerpo no como al decir de Galeano -como una fiesta- sino como un producto más para ser consumido.
Por ende, al no encarnar ya la belleza, la lozanía, el vigor, la fuerza, que son los rasgos sobreestimados de la época, los cambios que se dan en su cuerpo serán vivenciados con toda eficacia traumática.
Maggie Khun, líder de un grupo de activistas los Grays Phanters, portaba una pancarta que decía:
Tocadme, las arrugas no son contagiosas.Es común observar en la práctica con adultos como cualquier actividad que se realice necesita de estar sostenida por el contacto corporal, otro tipo de mediación, esto que comúnmente decimos, los afectos generan efectos.
Este latir con el otro, palma a palma, o a través del abrazo, la caricia, se opone a esta lógica visual de estos tiempos que es tan devastadora.
El cuerpo, como dice Galeano, siempre es una fiesta, generalmente digo, utilicemos el puente del contacto corporal que les permite ir al rescate de una sensorialidad placentera, de movilizaciones afectivas y de una conexión saludable con la representación corporal.
Usemos la palabra, también la mirada, aquella que necesitan para volver a ser percibidos.
Porque el cuerpo entonces, no sea vivido desde una adherencia nostálgica, o sea con dolor por lo perdido, sino porque sea éste, en presente.