viernes, 23 de enero de 2009

Contención vs. Inmunidad artificial


Un escritor de nuestros días, Federico Andahazi dice: La certeza es una herrumbre del cartesianismo. Siempre he sospechado que la palabra escrita está hecha de otra estopa, de una sustancia cuya roca no es la certeza, sino, por el contrario la incertidumbre.
Entonces partamos de la duda, rebelémonos a ser persuadidos por la razón o la fe.
Cuando nos referimos a contención, desde distintas teorías, se suelen conceptualizar determinados pasos a seguir: Empatía -estar en el otro, no sólo con el otro- Identificación, Disociación Instrumental. Dos movimientos, como una especie de danza, de entrar y salir, como un pujar, un partero de ese otro que no me permite repetirme hasta el infinito.
Esto enuncia casi un acto creativo, otras líneas, en esa distancia del yo, no yo, aparece un encuentro, algo nuevo, eso que se da no solo entre lo que el otro espera de mí, lo que yo espero de él, otro sentido generado en ese entre, me aventuraría a decir, en ese espacio se ha producido una hazaña.
Pero esto que aparece como una pequeña certeza, este tesoro, este arsenal -porque es la lucha- de sentimientos y de acciones que desplegamos, puede ser bastardeado cuando aplicamos con innecesaria tosudez la solemnidad de la palabra, la estereotipia, entonces toda esta magia se convierte en desencanto.
Con esto quiero referirme a la tan mentada Distancia Optima, cuidémonos que no se convierta en artificio, el cuerpo suele rebelarse ante éstos, pero así como suele confundirse libertad con individualismo, es importante poner el acento en esto que puede ser un sutil disfraz de indiferencia, o desapego.
La internalización del desapego tan vigente en todas las franjas etarias.
Todo esto para decir que: estamos inmersos, bañados casi ahogados por las intensidades de la tempestad de la Distancia Optima. Ni tan cerca que me quemo, ni tan lejos que me enfrío. ¿Estaremos vencidos?
Debemos nadar junto con el otro, más si encontramos que está hundiéndose, le aplicamos nuestras fórmulas interpretativas, tenemos una especie de temor a llegar a experimentar esas profundidades, a abrirnos para ser atravesados;igualmente, tenemos bastantes seminarios de primeros auxilios repetitivos.
Pareciera como que ser propietarios de tanta intensidad no es nuestro sentido, nuestro sentido es tener la certeza de lo que el otro precisa y darle algo prefijado.

De ahí que surja este intento de reflexionar acerca de lo que denominamos Distancia óptima en el cuidado, un intento de sentir y pensar qué nos ocurre cuando estamos frente a un otro que nos necesita.
Distancia proviene del latín distantia, es un espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos; también una diferencia, desemejanza notable entre unas cosas y otras; la Real Academia menciona además desafecto, desvío, alejamiento entre personas.
Pensar la distancia como una elaboración artesanal, que permite el encuentro, el surgimiento de las singularidades, de un vínculo bueno, que esté relacionado con la comunicación y el aprendizaje, no con la estereotipia, o con una especie de lecho de Procusto, como la sumisión a un concepto que está en el imaginario pero alejado de nosotros mismos.
Si no repensamos nuestras prácticas, si no utilizamos esta capacidad del Yo de observarse, incluso hasta en nuestros discursos más progresistas de reivindicaciones podemos caer en la concepción predominante de la psicología asistencialista, controladora y segregante de lo social, económico, político y participativo.


La envoltura transparente


El personal de cuidado en las instituciones geriátricas asume sin solución de continuidad la responsabilidad de atender y cuidar a los adultos mayores; con esto me refiero a los cuerpos tristes, doloridos, o moribundos. Ellos están en permanente contacto con esto.Ocupan el lugar de la contención de las emociones, de las fantasías angustiosas, albergando a quien está amenazado, luchando junto a él, entre la vida y la muerte. El estar enfermo nos remite al más profundo temor, el miedo a morir. Lo más temido y negado por los hombres.
La cuidadora hace por lo general todo aquello que a las demás personas les repugna o les da miedo. Está en cotidiano contacto con lo que a la mayoría le desagrada: los excrementos, la sangre, las heridas, las escaras, los tumores, la decrepitud, el deterioro del cuerpo.
El geriátrico produce un desgaste profundo sobre quienes se instalan dominados por fantasías mesiánicas o salvadoras, lo que Balint tan bien describiera denominando función apostólica.
Este desgaste, este equilibrio inestable, produce en los cuidadores determinados mecanismos de defensa propios de las organizaciones: despersonalización, distancia y negación de los sentimientos, ejecución ritualizada de las tareas, actitud negativa frente al cambio, reducción del peso de la responsabilidad por delegación en superiores.
Desde mi práctica puedo comprobar que lo que pareciera mas díficil de elaborar es esto, a las personas no les cuesta entrar en el otro, les cuesta más salir, esto habla de que a pesar de estos tiempos tan frágiles en lo que respecta al albergamiento de un otro, sigue existiendo en los seres el encuentro, el deseo de abrirse y de permitirse el desafío.
Confieso también que esta proximidad con la intensidad pareciera sacar de quicio a muchos directores de geriátricos, esta implicación excesiva puede trastornar su lógica de mercado; lo que quisiera decir es que cuando el cuerpo está triste necesita algo más que una interpretación más bien necesita de la experimentación con ese otro, y es aquí donde el cuidador utiliza su cuerpo como instrumento, como si éste y sólo éste fuese su dispositivo, su buscador, su motor que genera efectos y crea nuevas posibilidades y expansiones.
Es que en este interjuego donde el dolor es un momento muy largo para el otro, necesitamos junto con lo discursivo una apuesta a humanizar más el sentido, poder entrar en el otro seguramente dara lugar a otra expresión de singularidad.
Un rumbo nuevo, otro trazado, no sé si lo que doy es lo que se espera, es algo distinto, innovador, algo más que lo prefijado.
Así como estoy tratando de comunicar la importancia de no disipar lo que se siente, querria también manifestar que sería loable ser conciente de estos procesos, estoy tratando de decir que el sujeto necesita en su cuidado ser respetado no colonizado ni intelectual ni afectivamente.Percatarnos también de esto, en un sistema caracterizado por las asimetrías y arbitrariedades, es común que lo asistencial puede enmascarar o encubrir una relación de dominador-dominado,en esa dialéctica amo -esclavo es mejor ser controlado por otro que por uno mismo, es mejor ser oprimido, explotado, perseguido, manipulado por otro que por uno mismo.

Contención estaría relacionado con la construcción de espacios de cuidado para mejorar la atención de nuestros adultos, así como el cuidado de los cuidadores, que no están tan preocupados por su propia distancia sino por ciertas lógicas institucionales que los rigidizan y cristalizan en conductas que son como certezas o virtudes de piedra.
Sin alcanzar todas las tecnologías del niño-burbuja, ya vivimos en esta burbuja, en la envoltura transparente que rodea algunos personajes del Bosco, envoltura transparente en la que nos refugiamos, a la vez desvalidos y superprotegidos, condenados a la inmunidad artificial y a la transfusión perpetua y condenados a morir al menor contacto con el mundo.




jueves, 22 de enero de 2009

T.S.Eliot

Gerontion

Tú no tienes ni juventud ni vejez
Sino como si fuera una siesta después de comer
Soñando con ambas cosas.

Aquí estoy yo, un viejo en un mes seco,
con un niño que me lea, esperando la lluvia.
Ni estuve en las Puertas Calientes
ni combatí en la cálida lluvia
ni me metí hasta la rodilla en el pantano salobre, blandiendo un machete,
picado de moscas, combatido.
Mi casa es una casa echada a perder,
y el judío de encuclilla en el alféizar de la ventana, el propietario,
engendrado en algún cafetucho de Amberes,
lleno de ampollas en Bruselas, remedado y pelado en Londres.
El macho cabrío tose por la noche en el campo de arriba:
piedras, musgo, pan-de-cuco, hierro, mierdas.
La mujer guarda la cocina, hace té,
estornuda al anochecer, hurgando en el reclutante sumidero. Yo soy un viejo,
una cabeza opaca entre espacios con viento.
Los signos se toman por prodigios: "¡Queremos ver un signo!"
La palabra dentro de una palabra, incapaz de decir una palabra,
envuelta en pañales de tiniebla. En la adolescencia del año
llegó Cristo el tigre
en el depravado mayo, cornejo y castaño, floreciente árbol de judas,
para ser comido, para ser dividido, para ser bebido
entre cuchicheos; por Mr. Silvero
el de manos acariciadoras, en Limoges,
que dio vueltas toda la noche en el cuarto de al lado;
por Hakagawa, haciendo reverencias entre los Tizianos;
por Madame de Tornquist, en el cuarto oscuro
desplazando las velas; Fräulein von Kulp,
que se volvió en el vestíbulo, una mano en la puerta.
Vacías lanzaderas
tejen el viento. No tengo fantasmas,
un viejo en una casa llena de corrientes
al pie de una loma con mucho viento.
Tras de tal conocimiento, ¿qué perdón? Piensa ahora,
la historia tiene muchos pasadizos astutos, pasillos arreglados,
y salidas; engaña con ambiciones susurrantes,
nos guía por vanidades. Piensa ahora,
ella da cuando nuestra atención está distraída
y lo que da, lo da con tan sutiles confusiones
que la que da hace pasar hambre al que suplica. Da demasiado pronto
en manos débiles, lo que es pensado, se puede prescindir de ello
hasta que el rechazo propaga un miedo. Piensa:
ni miedo ni valentía nos salvan. Vicios antinaturales
son engendrados por nuestro heroísmo. Virtudes
se nos imponen a la fuerza por nuestros vicios desvergonzados.
Esas lágrimas son sacudidas del árbol cargado de ira.

El tigre salta al nuevo año. A nosotros nos devora. Piensa al fin,
no hemos alcanzado una conclusión cuando yo
me quedo rígido en una casa alquilada. Piensa al fin,
no he hecho este espectáculo sin un propósito
y no es por ninguna concitación
de los demonios que tiran hacia atrás.
Llegaría a coincidir contigo sobre esto honradamente.
Yo que estaba cerca de tu corazón fui apartado de él
para perder belleza en terror, terror en averiguación.
He perdido mi pasión: ¿por qué necesitaría conservarla
puesto que lo que se conserva debe ser adulterado?
He perdido mi vista, olfato, oído, gusto y tacto:
¿cómo habría de usarlos para tu contacto más cercano?

Estos, con mil pequeñas deliberaciones
prolongan el beneficio de su congelado delirio,
excitan la membrana, cuando el sentido se ha enfriado,
con salsas picantes, multiplican variedad

en una selva de espejos. ¿Qué hará la araña,
suspender sus operaciones; se retrasará
el gorgojo? De Bailhache, Fresca, Mrs. Cammel, giraban
más allá del circuito de la Osa estremecida
en átomos fracturados. Gaviota contra el viento, en los ventosos estrechos
de Belle Isle, o corriendo al Cabo de Hornos,

Plumas blancas en la nieve, se las lleva el Golfo,
y un viejo empujado por los Alisios
a un rincón soñoliento.
Inquilinos de la casa.
Pensamientos de un cerebro seco en una estación seca.

Versión de José María Valverde

Reflexión


Si como se ha dicho, el sujeto postmoderno se corresponde con un modelo de sujeto cóncavo, dominado por una pasiva perplejidad a causa de sentirse fraguado de elementos caducos para afrontar un mundo en mutación que le sobrepasa, y por eso mismo, más vegetativo que actuante, parecería que es el viejo quien mejor encarna ese encorvado modelo. Se trataría, una vez más, de un protagonismo paradójico por exclusión: por ser quien de un modo más gráfico y palpable -Mi rostro como pastel de bodas arruinado de pronto por la lluvia, decía de sí mismo el viejo Auden- representa ese estigma del envejecimiento colectivo -pastel de bodas de la modernidad arruinado..., y por la lluvia que compone, sin síntesis -ecológica ducha de clases- lo actual diferido y lo global fragmentario...; por ser el viejo quien mejor anatomiza ese sentimiento de demolición respecto a su atomización generalizada.
Desde luego, hay en principio coartadas para que se volatilicen las fronteras categoriales en un mundo que se quiere de viejóvenes. De nuevo por exclusión, contamos con este dictum bien enredador que nos legó Eduardo Ortega y Gasset: Sólo se es joven mientras se comprende el mundo. Y no es por nada que al inicio de su paradigmático poema Gerontion, T.S.Eliot -cuyo universo fragmentario, aséptico, ventrílocuo y zumbón está en la génesis de la cosmovisión posmoderna- recurriera a esa cita de Shakespeare que hoy nos resulta tan familiar: Tu no tienes juventud ni vejez, Sino como si fuera una siesta después de comer, Soñando con ambas cosas.
Esto es, la visión del viejo como metonimia, prótesis o cóagulo representacional del sujeto contemporáneo; poco más que un caso peculiarmente expresivo de adustez con el que hiperbolizar la soledad, el desarraigo y la orfandad de la supervivencia generalizada.