viernes, 28 de noviembre de 2008

El Tiempo


Estar vivo implica para el ser humano una conexión con el tiempo que tiene algo de magia, de azar, de incontrolable. Como tantas otras cosas de esta vida.
Platón diría:El tiempo es la imagen móvil de la eternidad.
Más allá de disquisiciones filosóficas o científicas se tiene esta sensación, el tiempo se mueve, se achica, se expande, quizás en esta dinámica artesanal que se da entre la fijeza y el cambio, de la que debemos a
propiarnos para ser un ser-siendo.
Las modificaciones de la biología, del contexto, colaboran con o sin artificio a pensarnos en él. Agregando incluso, que una pequeña pérdida de su noción amenaza la cordura.
El sujeto doblemente tallado: por el tiempo y por otro cuerpo aún más poderoso: el social.
Tiempo es hablar de una sucesión, en la que el sujeto tiene determinadas alteraciones internas, subjetivas, efecto de los plazos de la vida; cuando se es joven no hay demasiado ayer pero sí, paradójicamente, hay cierta ilusión de eternidad; mucha moratoria que es cierto escasea en los sectores más marginados.
Eternidad que ya no siente el adulto de edad media que comienza a medir internamente el tiempo, a través de sus funciones, que empieza a sentirse padre de sus padres, o a hacer balance introspectivo, y a pensar la muerte, la de los otros.
Los teóricos han llamado a esta etapa la flor de la vida, porque sólo en ésta se llegan a ocupar determinados cargos de poder, se tiene cierta estabilidad económica, emocional, adaptativa, se alcanzan ciertos logros.
En tanto que en el adulto mayor, estoy hablando de las personas de setenta u ochenta años o más, hay una vuelta a los recuerdos de su niñez, de sus padres, con una carga afectiva que se expresa a través de los sueños, o las pesadillas.
Las pesadillas abundan en los adultos mayores marginales, institucionalizados, que viven bajo perpetua amenaza de abandono o violencia.
Lejos del afán de acentuar ningún discurso infantilizante o patologizante acerca de la vejez, ya que sería hablar el discurso social, ya que sería restarle su importancia política, lo que si puede uno preguntarse, si esto no adviene por un deseo de volver al principio, debido a que ya el futuro se visualice sin demasiada extensión, o casi inexistente.
O, por la sencilla razón de que el imaginario social le ha dado un nuevo signo a esta etapa de su vida.
Es desde estas fantasías de retorno a un lugar de albergamiento, de cobijo, desde donde tratará de desmentir tanto las señales del cuerpo biológico como los mandatos de un cuerpo social, en un intento de modificar el curso hacia lo inexorable.
Y es también ahí, cuando uno puede escuchar como muchos adultos mayores sueñan con ese pasado glorioso, el de sus años jóvenes, en parte real, en parte novelado, debido a que esta realidad les parece altamente angustiante, -en parte porque se está solo y ya no se espera- y toma cuerpo mediante una adherencia nostalgiosa hacia él; es cuando se erigen colosales monumentos y rituales de una vida, que ha quedado suspendida, fijada en esos años.
Con esto decimos, la ecuación es mucho pasado, poco porvenir, la memoria moldea ese pasado, fija recuerdos, y en esa travesía siempre hay algo de locura, de irrealidad, ya que éste es impreciso, inaprehensible. O demasiado cristalizado. Tiempo melancolizado.
Es cuando se muestra en todo su esplendor la marca inquisitorial de la cultura que ha sesgado esa potencialidad, esa posibilidad de la vivencia creadora y transformante.
Acechanza que, por otra parte, amenaza todas las etapas.
Lo cierto que este movimiento del tiempo, este pasaje del tiempo, se siente.
Y la cultura, que va mediatizando la conducta, imprime en nuestro mundo interno aceleraciones o desaceleraciones, que hacen que haya esta fidelidad a ese tiempo en el que fui, pero con la variante de que si el futuro es impensado, incierto, y el presente es vertiginoso, en el adulto mayor esta vivencia se encarnice más.
Aquí también la extrañeza, porque es común escuchar, que les sobra el tiempo a los adultos mayores, lo que se niega es que es un tiempo que ha sido así producido, porque representan un no lugar, no hay mundo real para ellos, parecería entonces que los días son inmensamente largos, pero cargados de una temporalidad exilada de la historia, suspendida.
De ahí que esta vivencia sea misteriosa, para los que no han llegado a esta etapa.
Pero no para los que la están atravesando, ya que en ella toman conciencia de una manera radical acerca de su destino biológico inmutable y de su decretada discapacidad social.
Por eso Bobbio señala: cuando el viejo se da cuenta de que el marxista considerado ciertamente por él y no sin razón, como campeón del ejército racionalista, se reconoce en ciertos aspectos como heredero de Heidegger, el espíritu de la época debe aparecerle extraviado más aún, auténticamente disociado: la matemática filosófica de su época se transformó en cuadrado mágico.
El ser humano, como sujeto deseante, tal vez tenga demasiados sueños, que no se correspondan con la finitud de la vida; los que han cumplido algunos son los que han tenido una correspondencia con el pasado en cuanto al sostenimiento de la coherencia acompañada con un anhelo de transformación, que les hizo trascender el tiempo.
Al respecto, Pichón Riviere pensaba que larga es la vida como largo es el proyecto.
Tal vez el camino sea, hacer varios caminos, tiempos múltiples, donde los recuerdos no sean armas defensivas sino puentes que ayuden a derribar las amenazas.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Philippe Ariès.

En esta generación del siglo XIX encontramos rasgos de la sociedad que la ha precedido durante mucho tiempo, y en particular esa idea de que es preciso detenerse en un momento determinado cuando se llega a un período que se denomina vejez, es decir, cuando uno es definido como viejo. En ese momento quedaba perfectamente aclarado que se cambiaba de estado para dedicarse a una actividad diferente, a un género de vida distinto, e incluso, y esto es algo que me ha llamado mucho la atención, el viejo pasaba a asumir costumbres diferentes.
Había costumbres de viejos, algo que era una realidad sobre todo para las mujeres.
Cuando yo era niño mis abuelos, y sobre todo las mujeres, eran como personas sin edad: no se podía saber quiénes de esas viejas damas eran las más jóvenes o las de mayor edad, porque todas ellas tenían los mismos achaques, pero sobre todo porque todas iban vestidas del mismo modo. Los vestidos se compraban en los almacenes especializados de París. La Belle Jardinière era particularmente conocida por su sección de trabajo para señoras viejas. Las señoras se vestían de negro siguiendo una moda muy particular que había quedado un poco anticuada.
Lucían joyas especiales, concretamente de azabache, y llevaban estos vestidos hasta que se morían, incluso aunque algunas de ellas gozasen de una cierta lozanía y siguiesen estando bastante activas.
Se puede decir se situaba para las mujeres según los casos entre los cuarenta y los cincuenta años, y para los hombres entre los cincuenta y los sesenta. Por supuesto, la mayor parte de las mujeres de esta generación y de estas capas sociales no eran asalariados en el sentido que lo entendemos hoy, no tenían jubilación, y muchos carecían de profesión.

Vejez en nosotras


Se denominan sociedades envejecidas aquellas que tienen según la Asamblea Mundial del Envejecimiento más de un 7% de personas mayores de 60 años, en nuestro país uno de los últimos censos daba las cifras de un 14%, por lo tanto, la nuestra es una sociedad envejecida.
Para el 2025 habrá un total de 604 millones de mujeres mayores de 60 años en el mundo, el 70% de las cuales vivirá en países desarrollados, es decir de este 70% una gran parte vivirá en la pobreza. La interrogación pasa entonces por cómo se da la vejez en los unos y los otros, llegar a viejas, pero llegar ¿de qué manera?
Estamos diciendo que somos en especial las que tenemos mayores posibilidades de sobrevida, los sobrevivimos 7 años, si bien la palabra vieja no tiene una resonancia muy agradable, ya que nos remite dice el diccionario a descartada, marginada, con el corolario incontrovertible de que a pesar de los cambios estéticos las mujeres dejan de ser investidas eróticamente por los varones, no ocurriendo lo mismo en el caso de los varones.
Que esto tal vez esté relacionado con el hecho de que las propias mujeres al llegar a la menopausia consideren que ya no necesitarán seguir manteniendo relaciones sexuales, la sexualidad ligada a la reproducción.
Si bien ha habido cambios gracias a la impronta de la década del 60, con los estudios de Masther y Jhonson y Kinsey, por lo tanto, estas mujeres de hoy envejecerán con otro tipo de subjetividad que la de aquellas que nacieron en la época victoriana.
Desde el punto de vista económico el valor social asignado a las personas -dentro de un régimen capitalista- estaría asociado al lugar que ocupan dentro de la producción.
Pensemos, que todavía estamos a mitad de camino, algunas conquistas recién han sido logradas, patria potestad compartida, pero queda el derecho al aborto, ganar lo mismo que los hombres, ocupar otros lugares de poder, entre algunas de las tantas cuestiones.
Philippe Ariès analiza las representaciones sociales de la vejez a través de la historia, refiriéndose especialmente a la burguesía, por ejemplo menciona: predomina una falsa idea de la historia de la vejez, ante todo es preciso distinguir dos ejes, dos direcciones: por una parte, la historia de los papeles reales de la vejez en la sociedad, y, por otra, la historia de sus representaciones en el imaginario social. Es muy posible que entre estos dos ámbitos no haya coincidencia.
Lo que si llama la atención en sus escritos es la ausencia de la mujer envejeciente en sus investigaciones históricas, hay una sola mención cuando cuenta que se vestían de negro a los 40 o 50 años como muestra del cambio de etapa de la vida.
Estas disquisiciones van por el camino de manifestar que no existen políticas públicas destinadas a responder a las necesidades de las mujeres que envejecen. Aún, desde el feminismo, la mayor parte de las investigaciones darían cuenta de la mujer pero en edad reproductiva, invisibilizando cuáles serían los requerimientos más allá de esta etapa.

Pequeña viñeta.

M. tiene 80 años, me relata que cuando era pequeña su madre falleció, entonces el padre determinó que realizará sus estudios en un internado, pasó los años de su niñez y adolescencia ahí.
El padre no quiso que estudiara, por esta razón es que es tan hábil en todas las actividades manuales, cosido, tejido, bordado, me manifiesta orgullosa: todo lo que me ves puesto me lo hice yo.
Cuando sale del internado, al poco tiempo conoce a un joven y se casa, tiene dos hijos, no trabaja afuera, su vida se reduce al ámbito privado, escasa participación en el afuera.
Mas cuando sus hijos crecen, le pide al marido, que le permita ser voluntaria del hospital británico, entonces, durante 10 años, realiza esta tarea, que le ha deparado muchas satisfacciones.
Luego, queda viuda. Teniendo, 70 años, sufre una caída, sus dos hijos médicos, no quieren que una persona la cuide en su domicilio, pese a su deseo, entonces ingresa en el geriátrico.
Ahora, está allí. Toda su vida fue vivida a través del deseo de su padre, de su marido, ahora de sus hijos varones.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Algo sobre sociología de la vejez


Lentamente, tanto desde la geriatría como desde la gerontología, los estudios sobre los adultos mayores han ido reconociendo la heterogeneidad de esa experiencia que consiste en hacerse viejo, estas variaciones podríamos afirmar estarían dadas en función del género, de la etnia, de la clase social a la que se pertenece.
Cuestiones en las que el sujeto no tiene control, o si lo tiene para producir alguna transformación es muy escaso. Pongamos el ejemplo, de movilidad social.
Cuando hablamos de envejecimiento, hablamos de proceso o sea también estamos refiriéndonos a las coordenadas de tiempo-espacio, quién fui en ese pasado, quién soy en este presente, quién seré en el futuro.
El problema para el adulto mayor de una clase social de bajos recursos estaría planteado en este último tramo, en realidad le estuvo planteado durante toda la vida, sólo que en este pasaje es donde se hace más evidente su vulnerabilidad, porque son justamente quienes no han podido dominar el curso de su vida, o las condiciones que les fueron creadas, esto y no otra cosa, sería la matriz de la soledad y la paralización.
Sartre a través de su filosofía existencialista ve al hombre como un proyecto-siendo, una historia que no es sólo producida por el afuera sino una historia que él también va tramando.
Debido a que cada uno es síntesis de múltiples determinaciones, existirán entonces, tantas formas de envejecer como de experimentar el sentimiento del paso del tiempo.
Según Ajuriaguerra: Se envejece de acuerdo a cómo se ha vivido. La cuestión es cómo se ha vivido, volviendo a lo anteriormente citado, dentro de qué contexto.
Cuando menciona esta frase, podríamos pensar que está tratando de rozar lo preventivo, o sea suponer que hay una forma de evitar que los hechos ocurran, también podría estar referido a que es hallar las causas que generan la enfermedad o incluso la refuerzan.
Pero que prevención puede argumentarse en un horizonte incierto, puede acaso acceder al pensamiento, formarse cómo hábito cuando el tiempo ha pasado realizando estrategias de supervivencia.
Pero como vejez no es enfermedad, es el afrontamiento de una nueva etapa del ciclo vital, en el que aparecen determinadas crisis, será el entorno el encargado de terminar, de hacer durar, o de reparar ese plan de vida, ya sea mitigando las causas o siendo cómplice e indiferente a las mismas.
De ahí que el postulado sartreano de -quién seré-, necesitará de una suficiente fortaleza yoica en algunos adultos mayores para revertir aquello que les hicieron, si ese entorno no se ofrece.
Porque más allá de la ilusión biográfica, de la fortaleza mencionada o la certeza en una identidad única e irrepetible junto con una voluntad que le permita trazar las otras coordenadas, relacionadas con el futuro, existe esto, un horizonte social que puede ser facilitador u obstaculizador de las necesidades del sujeto.
Por esta razón la importancia de las redes, en ésta como en cualquier otra etapa; Bion, el psicoanalista inglés que trabajó con ex-combatientes de la Segunda Guerra Mundial mencionaba la capacidad de revèrie, esa necesaria función que tiene que tener la madre para mitigar la angustia del bebé; él denominaba Terror sin nombre, a esta falla, a esta carencia de no poder albergar la angustia e incluso retroalimentarla.
Ahora bien, la sociedad puede ser una especie de útero, una madre nutricia que funciona como un espacio de contención, en un momento de crisis donde los adultos mayores vivencian la angustia por la caída de los garantes materiales y simbólicos que hasta ayer existían. Hasta ahora todo da muestras que no, la mayoría de nuestros adultos mayores pobres institucionalizados, o en sus casas: presentan una humanidad dolorida y degradada.
La prevención, debido a esto no puede ser la misma en un adulto mayor que va a almorzar a un hogar de día porque no le alcanza su jubilación y tiene culpa por recibir esta ayuda, que la de un senador retirado o un director de una empresa de servicios. Bolstansky sobre este tema menciona: que para los miembros de los sectores de bajos recursos, el cuerpo no constituye un motivo de preocupación constante: es generalmente usado como herramienta, y entonces sólo puede interesarles que funcione como fuerza de trabajo,esto ocasiona que en general la enfermedad aparezca en forma brutal, como un incendio, señala, porque no se han observado los signos y señales previas.

Entendiendo al sujeto desde sus tres dimensiones, biológica, psicológica y social, con los adelantos producidos en la ciencia, podríamos hipotetizar que la cuestión biológica estaría zanjada, minimizada - aunque también cabría preguntarse quiénes son los receptores de estos adelantos- y ya tenemos las respuestas, más pensando en la definición de salud de la OMS, de que salud no es sólo ausencia de enfermedad, podemos entrever que los problemas de orden social son los realmente relevantes en esta etapa.
Todo esto, para fundamentar que no podemos condenar a la simplificación una temática tan compleja como es la de la vejez, tan plural como las condiciones en las que se vive y de las que se proviene, donde hasta el momento no se ha logrado una armonía de este plural.
Bachelard plantea lo simple no existe, existen simplificaciones.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Creatividad


Hace algunos años con amigos, colegas también, pero sobre todo amigos, cualquier proyecto que se precie debe casi imprescindiblemente tener esta circulación afectiva para que se produzca ese salto necesario, decía que hacíamos un taller de Creatividad.
Por ese entonces pensábamos que en ella estaba el protagonismo, la acción transformante, el movimiento social, la vida.
Algunas certezas se ganan con el tiempo, ésta es una de ellas, el saber que la Creatividad se caracteriza por ser un pensamiento divergente, un pensamiento que busca nuevas modalidades de exploración de conocimiento y de expresión de lo real.
Un pensamiento contrario a lo inquisotorial, a lo normatizado, de ahí parte su importancia, en tanto transformante del sujeto y del contexto.
La Creatividad de S. Freud comenzó a expandirse, a expresarse a una edad que se consideraba madura para su época, lo que hoy denominaríamos Mediana Edad, tenía casi cuarenta años cuando escribió Estudios sobre la histeria, y cuarenta y cuatro cuando apareció La interpretación de los sueños.
Podríamos precisar que sus trabajos básicos y clásicos sobre la técnica se escribieron entre 1910 y 1915, es decir cuando ya contaba entre cincuenta y cuatro y cincuenta y nueve años. En 1920 a los sesenta y cuatro escribió Más allá del principio del placer, donde trata el instinto de muerte y en 1923 a los sesenta y siete, escribió El Yo y el Ello, donde desarrolla toda su hipótesis estructural.
Cuando tenía ochenta y uno apareció su notable obra Análisis terminable e Interminable.
En 1921 con motivo de cumplir sesenta y cinco años escribía: El 13 de marzo de este año, en una forma repentina, he dado verdaderamente un paso hacia la vejez. Desde este momento no me ha abandonado la idea de la muerte y a veces tengo la impresión de que siete de mis órganos internos están luchando por el honor de poner fin a mi vida. Ningún hecho especial se produjo que pudiera justificarlo, a no ser que ese día Olivier se despidió en viaje a Rumania. Así y todo, no he sucumbido a la hipocresía y lo miro todo fríamente, como si se tratara de mis especulaciones de Más allá del principio del placer.
Pero a pesar de estas palabras, Freud siguió activo hasta su muerte, ocurrida a los ochenta y tres años, dando un vivo ejemplo de la capacidad creativa de los adultos mayores, siguió activo a pesar de las pérdidas, de los duelos profundamente sentidos de seres muy queridos y de un severo padecimiento físico que lo acosó durante los últimos dieciséis años de su vida.
Este sería un ejemplo de los tantos que podríamos citar con respecto a que el envejecimiento no siempre es declinación, sino que puede en algunos casos, ser consumación.
Tal vez, hasta podríamos hipotetizar que ante la enfermedad y la muerte, muchos sujetos la viven como han vivido la vida, con intereses y luchando hasta el final.
Pero también sería oportuno preguntarse si no es desde este mantenimiento de la capacidad de crear de donde se extrae la fuerza que crea el nexo entre la madurez y la tercera o cuarta edad, o el puente entre la vida y la muerte.
Por estas y muchas más razones es tan importante que el adulto mayor tenga un espacio, un lugar no sólo imaginario sino real para el despliegue de toda la potencialidad que esta ahí latente y viva.