miércoles, 26 de noviembre de 2008

Philippe Ariès.

En esta generación del siglo XIX encontramos rasgos de la sociedad que la ha precedido durante mucho tiempo, y en particular esa idea de que es preciso detenerse en un momento determinado cuando se llega a un período que se denomina vejez, es decir, cuando uno es definido como viejo. En ese momento quedaba perfectamente aclarado que se cambiaba de estado para dedicarse a una actividad diferente, a un género de vida distinto, e incluso, y esto es algo que me ha llamado mucho la atención, el viejo pasaba a asumir costumbres diferentes.
Había costumbres de viejos, algo que era una realidad sobre todo para las mujeres.
Cuando yo era niño mis abuelos, y sobre todo las mujeres, eran como personas sin edad: no se podía saber quiénes de esas viejas damas eran las más jóvenes o las de mayor edad, porque todas ellas tenían los mismos achaques, pero sobre todo porque todas iban vestidas del mismo modo. Los vestidos se compraban en los almacenes especializados de París. La Belle Jardinière era particularmente conocida por su sección de trabajo para señoras viejas. Las señoras se vestían de negro siguiendo una moda muy particular que había quedado un poco anticuada.
Lucían joyas especiales, concretamente de azabache, y llevaban estos vestidos hasta que se morían, incluso aunque algunas de ellas gozasen de una cierta lozanía y siguiesen estando bastante activas.
Se puede decir se situaba para las mujeres según los casos entre los cuarenta y los cincuenta años, y para los hombres entre los cincuenta y los sesenta. Por supuesto, la mayor parte de las mujeres de esta generación y de estas capas sociales no eran asalariados en el sentido que lo entendemos hoy, no tenían jubilación, y muchos carecían de profesión.

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