miércoles, 5 de mayo de 2010

La suavidad del cuidado.


"Debo aprender que mañana es un mundo habitable
lleno de instantes promesas besos y sueños
debo encontrar la semilla del hijo y del padre
debo bañarme otra vez en el claro deseo
en el hondo deseo, deseo...".
Silvio Rodríguez.

Cuando hablamos de cuidado quizás nos estamos refiriendo a esto, a permitir que el sujeto en cualquier instancia de su vida siga sintiendo esta necesidad, la de hundirse en el deseo.
Los datos, las estadísticas, dan cuenta de una mejora de las condiciones sociales de los adultos mayores, así como el progreso de la medicina ha aumentado la esperanza de vida; en el año 2000 el porcentaje de personas mayores de 60 años en el mundo fue de un 10% (605 millones). Este porcentaje aumenta al 20% en los países desarrollados, pero dejando de lado esta numerosidad, los datos demográficos, nos importa aquí destacar que no sólo es requisito la cantidad sino la calidad de años vividos.
Sabemos que a medida que la vida avanza, más fácil es que aparezcan enfermedades crónicas y los llamados síndromes geriátricos, muchos de ellos evitables (malnutrición, caídas, polimedicación, por citar algunos).
Lo evidente es que si el adulto mayor pierde capacidad funcional, en 1959 la OMS afirmó: "La salud del anciano como mejor se mide es en términos de función", necesitará inevitablemente ayuda, soporte, pero lo que aquí también nos interpela es qué tipo de contención damos.
Hace ya diez años que desde la Bioética (Hastings Center, 1996) se planteó
que los fines de la medicina deberían ir más allá de la curación de la enfermedad y
el alargamiento de la vida. Entre las prioridades mencionaban, la prevención de enfermedades y lesiones junto con la promoción y conservación de la salud.
Mencionaban además el alivio del dolor, la atención y la curación de los enfermos,entre ellos hacian mención a los cuidados paliativos.
Tal vez por ansiedad, por demasiada demanda, por omnipotencia, muchas veces se olvidan los factores primordiales que están relacionados con aquello que todo ser humano demanda, tiempo y comprensión. Siempre se ha dicho que una buena escucha, cura más que una aspirina. Que en realidad, se va ahí, al encuentro del otro con todo el Ser.
Ante situaciones límites -la familia impactada por la enfermedad del adulto mayor- es cuando más se pone de manifiesto la multiplicidad factorial que entrelaza todos los conflictos, de distinto orden, económico, afectivo, social.
Cuidar entonces, estaría significando poder dar respuesta a todas estas dimensiones que se despliegan, de ahi que la importancia que la salida que se dé a los conflictos sea de carácter interdisciplinar. La obligación de cuidar atañe a cualquier profesional que tenga delante a una persona que sufre. (Barbero, 1999).
Hablar de cuidado está íntimamente relacionado con la ética, con esto de ponerse en los zapatos del otro, de tener disponibilidad interna para escuchar -aunque incluso no tengamos nada que decir-. Tiene que ver con aceptar, con albergar, con compartir la tristeza que está ahí aflorando, porque no se entiende, porque no se puede, porque se está enojado, o demasiado herido.
Nuestra práctica, tremendamente vivencial,nos exige un compromiso que puede atemorizar, porque no podemos echar mano a ninguna norma escrita, ni a ningún protocolo. La implicación es de lleno, los sentidos, la creatividad, junto con superar la angustia que muchas veces nos dejan los pacientes, porque en el fondo, hubiésemos deseado armarle otro final, otra cita con la vida y con la muerte. Pero el otro está, ahí, con su cuerpo, su alma, su vida, expectante y asombrado con alguna esperanza, y esa esperanza está depositada en nosotros, que generalmente sabemos muy poco, salvo sentir con el otro. Tal vez, nuestra mejor épica.
Como sabemos el amor no se decreta, la responsabilidad sí, tal vez cuidar tenga que ver con esta actitud amorosa y responsable, nunca negligente, siempre tendiendo a la excelencia.
Humanizar la asistencia, se trata tan sólo de eso, seguir siendo humanos hasta el fin, por ellos y por nosotros. Respetar esta vida, para ayudar a su rehabilitación,para que encuentre dentro de sí su propio curador, para que sane sus partes heridas, y también para ayudarla en el tránsito hacia aquello también desconocido por nosotros.