jueves, 8 de enero de 2009

Vejez en los geriátricos


Bien, vejez es destino, pero no quisiera referirme acá al destino de la mayoría de los adultos mayores, viejos, gerontes, tercera edad, cuarta edad, clase pasiva, abuelos, senescentes, como puede verse demasiadas denominaciones.
No no quiero referirme a esa mayoría deseante, que no ha sido alcanzada por el discurso biológico o social, a todos esos viejos que están a nuestro alrededor y que no nos necesitan, o nos necesitan de la misma manera que uno los necesita.
Digamos viejos geniales, creativos, pensantes, que andan, viven y circulan.
Sino a todos aquellos que están encerrados por distintas pobrezas, en general, es la familia la que toma la decisión de institucionalizar al adulto mayor, y casi siempre a sus espaldas, engañado.
Otra cosa sería si mediara entrevista previa -lo que cualquier institución seria aconsejaría- pero esto de la entrevista previa, parece ser cosa del discurso de los manuales, o también es factible en sectores sociales acomodados, no quiere decir tampoco que sea la generalidad.
En el caso de ocultamiento de la situación, estamos hablando aquí de la inexistencia de un sujeto de deseo, más bien de la de un sujeto suspendido que pasará a estar entre la vida y la muerte, que pasará a engrosar las filas de un regimiento, que ni siquiera sabe bien cuál es.
Subjetividad devastada, como el rostro del que habla Marguerite Duras.
Especifiquemos,por cuántas razones se pone al viejo en un geriátrico, por pocas, muy pocas, casi se pueden contar con los dedos de una mano, pobreza de recursos materiales y simbólicos -del viejo y de la familia-; enfermedad -la familia no sabe, no puede, no conoce cómo hacer con este integrante que ha enfermado.
El viejo sería en la Teoría de las 3 D de Pichón Rivieré,-el depositario,los depositantes,lo depositado- el que ha sufrido la suma de depositaciones, el más fuerte por eso las soporta y el más débil, por eso enferma. Portavoz de una familia, hace su último intento por salvarla.
A esto agregaría que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, dentro de este caos socio- histórico podríamos adelantar sin temor a desdecirnos, esta hipótesis: la mayoría vieja y pobre será reducida o a la calle o a la locura del encierro por la incapacidad de sus congéneres de escuchar y de ver.
Muchos podrían pensar que es un recurso literario, esto de la locura del encierro, pienso que determinadas condiciones de vida generan locura; la locura del que ha quedado en la calle; sin techo, sin trabajo; la locura del que ha sido encerrado, para algo que No Necesita Cura, como es el caso de la vejez.
Los cinco sentidos menguan, la negación abunda, junto con la iatrogenia por parte de muchos que deberían estar concientizando acerca de lo saludable que sería poder resolver las crisis dentro de las familias antes de urgir a una rápida depositación del viejo, que a través de su dispositivo de segregación: Decreta que la vejez no existe. Como algunas familias hacen con los adictos, y con los locos.
La misma suerte que corre para los pobres, marginales, excluidos, es la que nombra a los viejos como enfermos, la misma la que los identifica con decrepitud, y la que deposita en ellos todo lo siniestro social.
Los garantes simbólicos del mundo externo han caído en picada, a lo sumo puede existir una alicuota que les recuerde que podrán merendar mate con pan hasta fin de mes, o ir a mendigar a un hogar de dia.
El tema es complejo, no hay viejos verdes, ni viejos sabios, hay viejos únicos,con una situación muy clara: ser pobres.
Lo trágico es que al viejo se le esconde bajo la alfombra, la única manera que se perfila como posibilidad de cambio es empezar a pensar seriamente que esta problemática, al menos pensar en nosotros mismos si nos hemos desensibilizado tanto, que no podemos ni siquiera pensar que esa subvida a la que se les ha destinado no sería el feliz arribo de nuestras utopías.
Apelar a una especie de solidaridad humana, tan desencantada en algunos sectores, tan desnutrida.
Debido a que no hay sociedad posible sin niño y sin viejo, la mediana edad bien podría ser como una especie de clase media que está siempre acomodándose para escapar de su destino.
El desapego está más vigente que nunca y se afirma cada vez que se mutila, se margina y se aprisiona lo vivo, cada vez que se acalla su demanda.
Implicarse con todas las edades, para que éstas no sean prisiones; implicarse desoyendo los discursos hegemónicos, las teorías obstaculizantes que sitúan a los sujetos en lugares impredecibles.
Me arriesgaría a decir que los prejuicios que se tienen con esta etapa, y por ende la justificación de su aislamiento estarían relacionados con nuestro punto ciego en relación a nuestra propia vejez, es común que algunos enfermen y que esto refuerze entonces nuestro prejuicio, que digamos, no quiero llegar a viejo, de ahí que se recurra entonces a la teoría que se consolida en la práctica cotidiana y que evita cuestionamientos.
Siempre se encuentra la forma de justificarse.
Es más pensando, que el amor no puede decretarse pero sí la responsabilidad, sería loable también pensar que se hiciera una especie de militancia en este sentido, si no queremos al viejo, al adulto en casa, al menos procuremos que los lugares que dicen albergarlos tengan el personal suficiente ya que un cuidador generalmente atiende a 12 -abuelos- cosa imposible, fuera de toda lógica, pero sostenida incluso desde la reglamentación vigente.
Esto es así, legal pero no legítimo. Maltrato al personal que redundará tarde o temprano en el adulto mayor.
Propongamos si es que tienen que existir esos nuevos comercios, que sean lugares humanos que funcionen desde una lógica de vida, de no ser así: procedamos.

Transformaciones psíquicas en el proceso de envejecer


En un fragmento de la deliciosa novela El Amante Marguerite Duras dice:
" Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo. La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud. Su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado.
Como tomaríamos esto si alguien se nos acercara a decirnos tal cosa, tal vez podríamos responder, la experiencia es mutación, o decir como mi abuelo, bueno cada uno tiene la cara que se merece... o pensaríamos en Sartre... el infierno son los otros.
Lo que si podemos visualizar es que el aparato psíquico afronta con placer y displacer el transcurrir por este proceso.
Desde el propio cuerpo, desde el mundo exterior, desde los otros.
Aceptar estas transformaciones sería poder asumir una nueva y compleja posición en la vida, atravesada por la historia singular, biológica -porque este proceso de envejecer es asincrónico, mientras algunas estructuras declinan otras se transforman- un sentido diferente, dando lugar a adquisiciones nuevas o nuevas significaciones.
....Entre los dieciocho y veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto, ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno... He conservado aquel rostro nuevo. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho... ha conservado los mismos contornos pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido... "
Como vemos una visión, la visión de un rostro. La pregunta es ¿esta patentización es producto del tiempo?, o es algo más, o ¿tiene nuestro psiquismo capacidad de reestructur y posibilitar cambios con respecto a las transformaciones físicas que se producen en el lógico devenir?
Envejecer es destino, dirá Simone de Beauvoir, el tema es ¿cómo lo hacemos?
¿Qué estructuras están comprometidas? ¿Cómo enfrenta y resuelve el sujeto estas pérdidas? ¿Qué elaboraciones son posibles?
No hay pensamiento estable, no hay nada inmortal, la mínima eventualidad sopla la emoción del recorrido: la vida está abierta a una vertiginosa pequeñez.