jueves, 22 de enero de 2009

Reflexión


Si como se ha dicho, el sujeto postmoderno se corresponde con un modelo de sujeto cóncavo, dominado por una pasiva perplejidad a causa de sentirse fraguado de elementos caducos para afrontar un mundo en mutación que le sobrepasa, y por eso mismo, más vegetativo que actuante, parecería que es el viejo quien mejor encarna ese encorvado modelo. Se trataría, una vez más, de un protagonismo paradójico por exclusión: por ser quien de un modo más gráfico y palpable -Mi rostro como pastel de bodas arruinado de pronto por la lluvia, decía de sí mismo el viejo Auden- representa ese estigma del envejecimiento colectivo -pastel de bodas de la modernidad arruinado..., y por la lluvia que compone, sin síntesis -ecológica ducha de clases- lo actual diferido y lo global fragmentario...; por ser el viejo quien mejor anatomiza ese sentimiento de demolición respecto a su atomización generalizada.
Desde luego, hay en principio coartadas para que se volatilicen las fronteras categoriales en un mundo que se quiere de viejóvenes. De nuevo por exclusión, contamos con este dictum bien enredador que nos legó Eduardo Ortega y Gasset: Sólo se es joven mientras se comprende el mundo. Y no es por nada que al inicio de su paradigmático poema Gerontion, T.S.Eliot -cuyo universo fragmentario, aséptico, ventrílocuo y zumbón está en la génesis de la cosmovisión posmoderna- recurriera a esa cita de Shakespeare que hoy nos resulta tan familiar: Tu no tienes juventud ni vejez, Sino como si fuera una siesta después de comer, Soñando con ambas cosas.
Esto es, la visión del viejo como metonimia, prótesis o cóagulo representacional del sujeto contemporáneo; poco más que un caso peculiarmente expresivo de adustez con el que hiperbolizar la soledad, el desarraigo y la orfandad de la supervivencia generalizada.

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