Es común en nuestra práctica que algunas familias se enfrenten ante un grave problema cuando han pensado la posibilidad de que el adulto mayor ingrese en un establecimiento geriátrico:sentimientos encontrados, temor, culpa, confusión.
Esto nos lleva a realizar algunas pequeñas formulaciones con respecto a la mejor forma en que puede realizarse dicho proceso; como señalamos es un proceso que incluye la noción de un tiempo de elaboración, totalmente alejado de las experiencias que escuchamos narrar por los adultos mayores que están ya participando de esa experiencia, más parecida a un exabrupto, en el que la institución casi no conoce al adulto mayor, ni éste sabe a ciencia cierta su destino.
La familia muchas veces le hace la demanda a la institución para que la ayude a convencer a ese adulto; en otros casos, ni siquiera existe este necesario paso previo que es una secuencia de entrevistas.
Siempre recuerdo el caso de una abuela -como suele denominárselos aunque no tengan nietos- que me contaba que su hija y su yerno la habían llevado a pasear, de pronto se había encontrado en este lugar y nunca más los había vuelto a ver...
O el otro, en el que una señora me contaba que su hija le había vendido el departamentito para poner un negocio, pero con que el tiempo la irían a buscar para mudarse a una casa más grande...
O aquella que me decía ¿porqué me hicieron esto?. Por no hablar de la infinidad de casos en que los hijos deciden por su bien... también sería oportuno recordar cuando algunos adultos alegaban lo mismo.En muchas familias se vuelve a jugar la misma conflictiva del pasado.
Lo cierto es que no podemos avalar prácticas abusivas de ninguna índole, en ninguna etapa, ésta aparece más solapada, por la indefensión propia de los sujetos en cuestión.
Historias muchas de estas variadas formas de desresponsabilizarse, justificaciones mediante, en la que los adultos mayores son víctimas no sólo de las familias sino también de las instituciones que los acogen bajo esas circunstancias tan poco favorables, donde prima el engaño y la escasa posibilidad de que puedan tenerse en cuenta no gran parte sino ninguna de sus demandas.
Ya que con ese inicio, desde esa perspectiva no podemos pensar que esa persona tenga un destino demasiado promisorio, ni sea tomada como lo que es un sujeto de derechos, de deseos, con proyecto y calidad de vida.
Entonces, lo esperable sería que este ingreso no funcionara como un mecanismo de segregación, donde se ha dado salida al caso problema, en este caso el viejo de la familia.
Como premisa básica lo primero que habría que realizar es una consulta al deseo del adulto mayor, vincularlo tanto a él como a sus familiares con la organización, así como indagar lo que la misma le propone a su proyecto de vida.
Con esto decimos, con qué recursos cuenta el Adulto Mayor, si podrá conocer con antelación a los otros residentes, preguntarse cuántos de sus objetos personales serán permitidos, cuánto será respetado en su modalidad de interacción, en sus gustos, qué pasará con las entradas y salidas del lugar, con sus visitas, con sus llamadas teléfonicas, con sus intereses -sociales, políticos,religiosos-, con la administración de su dinero, con el cambio de horarios con respecto a comida y sueño, con su terapeuta particular -en caso de tenerlo-, con su sexualidad, con el mundo del afuera...
Nos estamos dedicando entonces a que se definan claramente cuáles son sus derechos, así como cuáles son las obligaciones de la parte prestadora.
Nos dedicamos a pensar que no es suficiente que la institución exude pulcritud y limpieza, cuadros en sus paredes, plantas en el jardín, o una cartelera de horarios y comidas, y algún que otro reloj que marque el tiempo, sino algo que es fundamental para que el sujeto tenga anhelos de seguir existiendo y es el respeto por su subjetividad, ya que cuando el análisis no pasa por ese costado es muy probable que esa rigidez e inflexibilidad de la organización favorezca el deterioro y la despersonalización.
Si bien la preocupación por el costo de todas las cosas parece ser el signo prioritario de estos tiempos, en principio debemos abocarnos a observar los detalles de atención, observar el rostro de la mayoría de los residentes, el clima grupal que allí circula, la cantidad de personal, entre algunas cosas.
La tristeza se huele, se olfatea en todos los rincones; los talleres estereotipados también, el personal agotado por los horarios excesivos o por el autoritarismo reinante, todo puede servirnos de dato para realizar algún tipo de hipótesis del lugar.
En ciertos artículos gerontológicos suele señalarse que no es traumático el ingreso al geriátrico, seguramente siempre lo imposible de digerir es el engaño, de ahí que pensamos la importancia de darle lugar a la palabra, a veces, un cuidador domiciliario puede ser un recurso viable, posible, que permite que el adulto no se sienta exiliado, en otros casos, un geriátrico si está bien elegido puede ser una buena opción antes que el abandono del adulto. Incluso puede ser una opción que no sea de carácter permanente.
Lo importante es que este adulto sea informado, que sus fantasías de abandono, de no ser escuchado o amado, o su temor ante el deterioro y la muerte no sean retroalimentados, sino atenuados por el conocimiento de que hay un otro que puede albergarlo en su deseo.
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